Empezando un año escolar distinto

carrera (1)



Después de varios meses de vacaciones en que nosotros y nuestros hijos disfrutamos de la libertad de hacer nada, retomar la rutina escolar y de trabajo puede convertirse en una real tortura. Un aterrizaje forzoso de una realidad que nos invita a retomar las exigencias que implica el día a día. Nuestros niños vuelven al estudio y nosotras a nuestros trabajos y ajetreos diarios. ¿Con qué actitud enfrentamos esta vuelta a la realidad como papás? ¿Tendemos a quejarnos o estamos contentos y expectantes a lo que nos deparará este nuevo año?

Muchas veces el cómo partimos y cómo lo enfrentamos tiene un claro impacto en la manera en que retomarán nuestros hijos sus desafíos escolares. Si nosotros estamos quejosos, cansados, apurados y estresados intentando hacer todo como pulpos, claramente recaerá en la vivencia que ellos tendrán al volver y empezar un nuevo año académico. Muchas veces llegamos a marzo y cambiamos drásticamente nuestro switch parental; esperamos de ellos que se porten bien en clases, que se levanten rápido y con ánimo, que hagan sus tareas, que suban sus notas, que retomen el deporte o el taller extraprogramático y que inviten a sus amigos para integrarse rápidamente. ¿No será demasiado rápido el cambio de switch? ¿No serán demasiadas las exigencias? ¿Cúanto goce le quitamos a nuestros hijos cuando empezamos a exigirles como "caballos de carrera"? ¿Cúanto disfrute nos quitamos a nosotros en nuestra tarea de ser padres al partir marzo apurados y estresados? Es como si comenzara una competencia descarnada por ser los mejores en todo. Ellos los mejores hijos y nosotros los mejores padres, que impulsan y motivan a este hijo maravilla en potencia.

Muchas veces, si es que no la mayoría, son nuestras propias exigencias las que desproveen de goce nuestras nuevas experiencias. Cuando empezamos motivados un nuevo desafío, lo que más nos cansa y posteriormente nos desmotiva es esa necesidad de que salga perfecto, de ganarle al de al lado, de no equivocarnos o de ser bien evaluados. Eso nos carcome la energía y termina haciendo que lo que queríamos emprender con tantas fuerzas lo terminemos viviendo como un deber, sin disfrute y esperando terminarlo luego. ¿Cuántas exigencias les ponemos implícita o explícitamente a nuestros hijos durante el año? ¿Cuántas de esas exigencias realmente los motivan o más bien desmotivan? Sé que en el fondo como padres solo estamos intentando sacar lo mejor de ellos, pero ¿será que estamos eligiendo el camino correcto? Vale la pena preguntarse cómo ese camino de exigencias los lleva muchas veces a desmotivarse, a competir, a desinflarse, a compararse, a abandonar eso que les gusta porque no pueden hacerlo "perfecto" o "bien" desde la mirada de nosotros, de sus pares o profesores.

Vivimos en una sociedad orientada a cumplir metas: si a mi hijo le gusta el fútbol, entonces lo meto a una clase de fútbol para que sea el mejor. Si a mi hija le gusta la pintura, entonces la matriculo en un curso extraprogramático para que destaque por sobre las demás. En la mayoría de las situaciones nos olvidamos que el disfrute de aquello que nos motiva probablemente nos hace ser buenos en lo que nos proponemos. Si solo ponemos la exigencia y la meta en que sean "los mejores", existe una enorme posibilidad de que se desmotiven al toparse con todos los sin sabores que van apareciendo en el camino y solo se mantendrán en la lucha si se sienten ganadores de esa competencia a la que, quizás sin quererlo, los sometimos.

Es tanta la energía que a veces ponemos para que sean los mejores que la mirada se va indiscutiblemente hacia ellos mismos y se torna egocéntrica, olvidando por completo la necesidad de enseñarles a mirar y realmente detenerse para ver al otro en sus necesidades. Porque cuando estamos dentro de una competencia, solo importa ganar e inconscientemente nos olvidamos de quién va quedando en el camino. ¿Realmente necesitamos que el aprendizaje se torne en una ardua competencia? Como decía María Montesorri: "todo el mundo habla de paz, pero nadie educa para la paz, la gente educa para la competencia y este es el principio de cualquier guerra. Cuando eduquemos para cooperar y ser solidarios unos con otros, ese día estaremos educando para la paz".

En este comienzo de año distinto y removido necesitamos poner el ojo en lo importante. Dejemos de educar para que nuestros hijos sean los mejores individualmente (el mejor alumno, la mejor amiga, el mejor deportista, el más disciplinado, la más bonita). Quizás nuestro más grande y mayor desafío será educarlos para trabajar en equipo, para disfrutar y aprender del proceso, para ser empáticos y hacer comunidad. Si para ser los mejores necesitan compararse o pasar a llevar a su compañero de banco, es mejor que sean simplemente buenos, porque eso ya es suficiente. Finalmente, lo mejor de nosotros mismos aparece cuando somos capaces de disfrutar y vibrar con nuestros talentos, cuando logramos detenernos en el otro y mirar sus necesidades para poder hacer equipo y lograr ser los "mejores" todos juntos: con respeto y empatía, cooperando y construyendo todos un mundo mejor. Dejemos de lado las notas, cuantos goles metió, cuantos premios ganó o cuántas amigas la eligen, y pongamos el ojo en el proceso. En partir un año distinto donde lo principal sea disfrutar de construir equipo, comunidad y un mundo mejor.

Comenta

Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.