Dejemos de etiquetar a los niños

columna 10 de diciembre



En el mundo social de adultos, tenemos clarísimo que no podríamos llegar a un lugar donde hay más gente y decir de entrada algún comentario negativo de nuestra pareja, que está ahí presente, del tipo: "es demasiado tímido, y es insoportable". Pero en el mundo de los niños, muchas veces si hacemos comentarios así, y al frente de ellos y de más personas, lo que los deja imposibilitados de salirse de ese comentario y de sacarse esa etiqueta. No les queda mucha más opción que ser lo que los adultos que más los quieren dicen que son.

En el jardín infantil donde trabajo, me toca ver a diario este tipo de escenas. Mamás y papás que lo primero que dicen, antes de que el niño tenga la oportunidad de decir "hola", es algún comentario negativo. Un cartel tamaño carretera, que además se convierte en profecía auto cumplida. Lo penoso es que estoy segura que viene solo de las inseguridades que tenemos como adultos, de nuestros propios miedos y de nuestras propias experiencias de niños. Tiene que ver, muchas veces, con excusarnos, ya que probablemente nos sentimos juzgados por el comportamiento de nuestros hijos. En la mayoría de los casos, no creo que ningún papá o mamá quiera realmente humillar a su hijo o hija, y por lo menos a mí, cuando se me sale un comentario así, me siento podrida por largas horas.

Lo único que logramos con este tipo de comentarios y etiquetas, es poner a los niños en una caja diminuta, los arrinconamos en su propio comportamiento y deben habitar solo ese lugar. No tienen como cuestionar nuestro comentario.

Las etiquetas son odiosas. A mí, personalmente, me cargaría saber que alguien habla de mí, encasillándome en algo que además no es positivo. Estoy segura que debe pasar, pero no me gustaría escucharla, y menos de gente que supuestamente me quiere. Creo que si me pasara, lloraría a gritos ahí mismo. Si llevamos este mismo pensamiento y lo proyectamos en nuestros hijos, sale a la luz lo doloroso que debe ser para ellos escucharnos decir comentarios como: "es insoportable", "es demasiado tímido", "Nunca saluda", "es atroz de llorón", "siempre se porta pésimo", "no habla nada", "nunca quiere ir a ninguna parte", "es un flojo", "es un malagradecido". Es una buena idea que cada uno haga en su cabeza el ejercicio de cuáles son esos comentarios negativos que decimos de nuestros hijos, al frente de otras personas y de ellos.

También puede darse para el otro lado. Mamás y papás que les ponen a sus hijos etiquetas positivas, que también son difíciles, porque significa para ellos un nivel de exigencia y estándar del que no pueden bajar. No pueden equivocarse, ni flaquear, ni menos fallar. Ejemplos cómo estos pueden ser decir: "es el más mateo de su clase", "es el mejor deportista", "Siempre es el que mejor se porta", "es tan seco para todo".

Una buena manera para comenzar a cambiar esta conducta en nosotros puede ser reflejar en nuestros hijos como nos afectó a nosotros de niños que algún adulto significativo nos etiquetara. Y una buena manera de redirigir este impulso es etiquetar el comportamiento y no al niño. Si el niño hace algo malo o bueno, es mejor enfocarnos en la acción y no en el que ejecuta la acción. Por ejemplo, si el niño deja toda su ropa botada en el suelo, podemos decirle: "dejar tu ropa botada es una irresponsabilidad" en vez de decirle: "eres un flojo por que no recogiste tu ropa". Lo mismo con las etiquetas positivas. Si un niño llega con excelentes notas, nuestro comentario puede ser: "valoro muchísimo tu esfuerzo y estoy orgulloso de ti", en vez de. "eres el niño más inteligente y seco que conozco".

Muchas veces estas conductas nuestras son aprendidas, y cuesta dejarlas atrás. Pero el primer paso es visibilizarlas. Quizás puede ser una buena idea ayudarse en pareja o con familiares cercanos, que nos hagan ver cuando se nos sale este tipo de comentarios, para luego ir haciendo cada vez más consciencia de lo que decimos y poder hacer el cambio. Y si ya se nos salió un comentario negativo, admitir nuestro error y pedir perdón a nuestros hijos, ya que disculparse es siempre una herramienta sanadora y llena de amor que nos va a ayudar a ir construyendo una mejor relación con ellos.

María José Buttazzoni es educadora de párvulos y directora del jardín infantil Ombú. Además, es co-autora del libro "Niños, a comer", junto a la cocinera Sol Fliman, y co-fundadora de Soki, una plataforma que desarrolla cajas de juegos diseñadas para fortalecer el aprendizaje y la conexión emocional entre niños y adultos.

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