La delgada línea roja entre crianza respetuosa y crianza sin límites

Crianza



Constantemente me pregunto qué tipo de adultos serán mis hijos y qué tipo de adultos quiero criar. Me parece importante preguntarnos: ¿Queremos hijos con poca tolerancia a las frustraciones o queremos hijos medianamente felices, estables, con habilidades socioemocionales, independientes y con capacidad de resolver problemas?

Mucho se ha hablado en los últimos años del término "crianza respetuosa". Generalmente se usa el concepto para referirse a cualquier cosa que tenga que ver con niños, y tal como se sobre usa también se mal entiende. Con esta idea de respeto, de cierta manera, han comenzado a aparecer estilos de crianza confusos, donde los padres ya no se atreven a hacer nada con tal de no quedar fuera de este espectro de crianza respetuosa.

La aparición de este tipo de crianza versus una más autoritaria es definitivamente una evolución importante. Pero en muchos casos en los que no se entiende bien se termina transformando en una crianza sin límites. Sin norte. Con padres probando, infructuosamente, diferentes estrategias de emergencia para solucionar una crianza que puede incluso llegar a ser caótica.

La crianza respetuosa, según una de sus precursoras, Magda Gerber, significa respetar y confiar en que el infante es iniciador, explorador y aprendiz, si es que sus cuidadores le proveen de:

  • Un ambiente propicio, seguro y desafiante físicamente, y contenedor emocionalmente.
  • Tiempo de juego sin interrupciones, libertad para explorar e interactuar con otros infantes.
  • Interés e involucramiento en todas las tareas de cuidado, permitiendo que el niño se convierta en un participante activo, en vez de un recibidor pasivo.
  • Observar con sensibilidad al niño con el fin de entender sus necesidades.
  • Consistencia, límites claros y definidos, y expectativas en la disciplina.

Estos principios son claves y muy importantes como base y guía para criar niños independientes, seguros, autónomos y conectados. ¿Dónde es que nos confundimos entonces? Cuando creemos que poner límites es no respetar a un niño, es delimitarlo o coartar su libertad. Así se borran los límites, y cedemos frente a la presión o las pataletas. Y, a veces, por cansancio, preferimos ceder frente a un límite puesto por nosotros, lo que no nos hace consistentes.

La verdad es que los límites son beneficiosos para los niños. Es más, les gustan, los necesitan, los piden a gritos cuando éstos no existen. Y es porque rayar la cancha, poner las reglas claras y saber qué es lo que viene, les da seguridad, los ayuda a anticiparse y tener cierto control del día. Imagínense tener hambre y no tener la capacidad de alimentarte solo, y tampoco saber cuándo te van a dar comida. Esto genera ansiedad, incomodidad e inseguridad. Y la necesidad de expresar ese malestar en un niño, es a través de una pataleta o llanto. En cambio, un niño que tiene sus necesidades básicas cubiertas siempre a la misma hora y con una rutina clara y consistente sabe qué viene y tiene cierto control sobre lo que no puede controlar. Lo mismo se extiende a las reglas, que son otro tipo de rutinas, y comportamientos que queremos inculcar.

No le tengamos miedo al "no", pero acompañemos ese no con una explicación de por qué estamos diciéndolo, de manera que ellos puedan entender el razonamiento detrás de esa regla. Si la regla les genera rabia, contengamos emocionalmente al niño. Para eso podemos decir: "entiendo que estés enojado porque no puedes bañarte en la piscina en invierno (acoger la emoción y respetarla), pero no te voy a dejar meterte al agua porque te vas a resfriar". Nuestra posición sigue siendo un no que no se puede transar, porque como adultos sabemos que la decisión que estamos tomando tiene que ver con su bienestar. Y así con todo lo que tiene que ver con nuestros hijos.

No es mi intención imponer un estilo de crianza, pero sí recalcar lo importante de la consistencia, perseverancia y los límites, porque ellos no pueden adivinar ni testear cómo deben comportarse en determinadas situaciones, por lo que los adultos a cargo debemos mostrarles con el ejemplo: con la consistencia en nuestro actuar y con esperar de ellos la misma conducta frente a determinadas situaciones. Por ejemplo, si un hijo le dice un garabato a un amigo en la plaza y mi reacción es explicarle que eso no se hace, que a los amigos se les debe tratar bien y cuidar, la siguiente vez que esto ocurra, no podemos pasar por alto esa conducta ya que estamos dando señales equivocadas. Si una vez importa y la siguiente vez es divertido, se genera un mensaje confuso que solo provoca inseguridad.

Algo que me ayuda constantemente a mantenerme en una línea son las palabras "ternura y firmeza". Porque se puede educar y guiar siendo amable y respetuoso, pero a la vez firme, sin amenazas ni extorsiones. Esto no quiere decir que nunca pierda la paciencia. Porque no solo la pierdo, si no que también no la encuentro por varios días y grito mucho más de lo que me gustaría. Pero, a pesar de esos momentos, siempre trato de volver a mi premisa de educar bajo estos conceptos.

Para los adultos que están en etapa de crianza, tener claro un mapa de acción facilita mucho la tarea. Además, los niños necesitan ver que los adultos a cargo están alineados, tienen las mismas reglas y ninguno desautoriza al otro. Si esto ocurre, los niños se desbandan y comienzan a actuar desorganizadamente. Y eso aumenta las pataletas y la sensación de descontrol, y comienzan a desafiar constantemente a su entorno porque se sienten amenazados por los cambios o la falta de consistencia de quienes son sus cuidadores. El mejor ingrediente es alinearse, ser consistentes y poner límites claros.

Esta no es una tarea fácil. Para nada. Es una tarea diaria, repetitiva, rutinaria y muchas veces cansadora, que requiere de paciencia, consistencia y toneladas de amor. Pero hay una razón. Y a veces ayuda, cada cierto tiempo, volver a preguntarse: ¿Qué tipo de adultos queremos que sean nuestros hijos?

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