Lo que aprendí siendo mamá de una niña prematura

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Isidora nació en Santiago, un día después de Navidad y luego de un embarazo de riesgo que me tuvo en cama por bastante tiempo. Cuando supe que estaba embarazada, imaginé mucho mi embarazo. Me preparaba para hacer mucho deporte y actividades, imaginé mi parto, las cosas que haría con ella recién nacida. Me veía yendo juntas a todas partes. En mi universo no existía la posibilidad de que las cosas no salieran como las pensaba, menos que ella fuese prematura, tema del que sabía poco y nada.

El parto fue de urgencia a la semana 29 de gestación. Sacaron a Isidora en 15 minutos. Todo fue correr, me la mostraron a través de su incubadora y se la llevaron porque era urgente estabilizarla y ponerla a salvo. No hubo espacio para poner la música que quería, no hubo tiempo para hacer apego, no hubo brindis ni celebraciones. Al día siguiente pude ir a verla. Recuerdo ese día como el más largo de mi vida. Quería estar a su lado, pero no podía por la cesárea. Cuando me autorizaron a verla, mi impacto fue tremendo. Nunca olvidaré su pequeño tamaño, su piel casi transparente, sus piernas del grosor de mis dedos. Estando ahí me costaba entender que se mantuviera con vida. La veía frágil, pero entendí que no lo son. Recuerdo particularmente la voz de una doctora que a través de un cristal empañado de la incubadora me leía una larga lista de posibles complicaciones y secuelas. Yo solo quería sacarla y abrazarla, quería llorar por lo terrible de la situación, pero me alegraba también de tenerla ahí, con vida. Afortunadamente, todo este proceso lo pasamos como equipo con mi marido, que siempre quiso estar y compartir su tiempo con nosotras.

Los primeros diez días eran claves, ya que es en ese período que se producen la mayor cantidad de complicaciones, y fue justo el día diez que la Isi hizo una infección que casi se la lleva. Estuvo 78 días en la neonatología, tiempo en el que viví allá prácticamente y pude conocer al personal a cargo, sin duda una de las experiencias más positivas de nuestro largo paso por ese lugar. Era reconfortante para nosotros como papás ver el amor y la paciencia con la que hacían su trabajo, la manera en que regalonean y arrullan a los bebés. Ahí no solo los atienden, sino que además les entregan cariño. Y a los papás, nos contienen.

La noche de Año Nuevo la Isi tenía 4 días de nacida, y nos dejaron tomarle las manos sin guantes por primera vez. Con mi marido nos lavamos las manos como 20 veces por miedo a contaminarla, no podíamos creer que sentiríamos su piel. El 9 de enero, luego de la infección que tuvo, la enfermera me hizo tomarla por primera vez para hacer apego. Nos miramos a los ojos y nos reconocimos, fue un momento único en el que nos conectamos para siempre. Luego de eso, pudimos hacer apego todos los días y compartíamos el tiempo con su papá, que la tomaba los fines de semana ya que luego tenía que volver a trabajar a Talca.

Vivir esta situación sacó lo mejor de nosotros. Creamos lazos con otros papás que estaban en situaciones parecidas. Con ellos se generó un ambiente cálido en el que estábamos todos remando para el mismo lado. No había espacio para malas ondas. Siempre nos estábamos dando ánimo y consolándonos cuando había dificultades. En la neo se vive el día. Un día está todo bien y al otro todo mal. Nos tocó ver bebés que perdieron su batalla y partieron. Todo eso lo observé pensando que uno jamás, ni en el sueño más loco, imagina cómo es la maternidad de esa forma. Y aprendí a sentirme agradecida por tener a mi hija sana y bien cuidada. Los que hemos visto a los prematuros salir adelante, sabemos muy bien por qué dicen que son súper héroes. Esta experiencia te hace darte cuenta de que los problemas contra los que has luchado con fuerza no son ni siquiera comparables con la fuerza que tienen ellos.

Nos dieron el alta en marzo y en casa logramos la lactancia materna a libre demanda, con mucha paciencia y amor. Una vez más la Isi me demostró su grandeza, porque son pocos los prematuros que consiguen eso. El invierno fue difícil, debíamos quedarnos encerradas con visitas restringidas porque los prematuros tienen mayor propensión a enfermedades respiratorias con complicaciones graves. Había días en que parecía que el invierno nunca pasaría y, cautiva en casa otra vez, me daba cuenta de que la maternidad era algo diferente a lo que me habían contado. Pero ese aislamiento nos entregó también una complicidad única por pasar abrazadas días completos.

La maternidad está llena de desafíos. Los niños nos ayudan a sacar fuerzas y a dar lo mejor de nosotros. Ser padres es una experiencia fantástica que para algunos resulta más compleja que para otros, pero que sin duda vale la pena. La Isi me ha enseñado muchas cosas, pero principalmente me ha enseñado a estar agradecida de la vida, a disfrutar lo que me entrega y a no amargarme por lo que no pudo ser. Hoy confío más, suelto más y espero que la vida me sorprenda.

Viviana es cirujano dentista y mamá de Isidora de 1 año.

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