Postular al colegio

25.MATERNIDAD PAULA



Cuando llegó el momento de decidir a qué colegio meter a mi hija, con mi marido empezamos a pensar qué educación le queríamos dar. Yo vengo de un colegio súper chiquitito, que ya ni existe, e hice cuarto medio en un dos en uno. Los dos eran colegios con educación muy "desde". Fui muy feliz en esos colegios y hoy me dedico a lo que siempre quise, pero la universidad me costó mucho porque no tenía ese método de estudio que tenían mis compañeros a los que todo les fluía más y se manejaban mucho mejor que yo. Mi marido, en cambio, estuvo en un colegio súper bueno académicamente, con inglés y deporte. Conversando, y teniendo en cuenta nuestras dos experiencias, empezamos a hacer una lista con esas cosas que para nosotros eran importantes. Estábamos súper perdidos, pero sabíamos que queríamos un colegio que desarrollara un pensamiento crítico, que los niños tuvieran opinión frente ciertas cosas, que fuera laico, mixto y que no quedara demasiado lejos de la casa en que vivimos. Con eso en mente, la lista de posibilidades se achicó por completo.

Hace unos años viajamos a Europa y pude ver cómo estaban siendo educados mis sobrinos que vivían allá. El modelo educativo europeo nos encantó; se preocupan de cosas importantes como el reciclaje o darle espacio a la cultura. Por esas razones decidimos postular a colegios de esa corriente. Al partir, siempre quisimos postularla a uno o dos, pero la gente nos decía que era muy poco, así que terminamos postulándola a tres. Y eso ya fue complicado, porque uno nunca encuentra el colegio perfecto.

Para el primero debimos llenar un formulario online en el que básicamente nos pedían nuestros datos personales y profesión. Lo mandamos y un par de semanas después nos notificaron que no habíamos quedado. No nos vieron la cara, no nos preguntaron nada mucho de nosotros, y nunca supimos por qué no quedó. El proceso del segundo al principio me pareció muy bueno, porque evaluaban al niño y no a los papás. Fueron tres tardes de juegos en las que iban a una sala con las educadoras. Eso me pareció súper natural, pero estando ahí me di cuenta de que los niños se exponían a un nivel de estrés muy fuerte. Había unos que gritaban, otros lloraban. Y si bien mi hija empezó yendo feliz, al tercer día me empezó a decir que quería ir a su jardín con sus amigos. No entendía nada.

Ese año había postulado más gente que de costumbre a ese segundo colegio, y por lo tanto habían subido el nivel de exigencia. Tampoco quedamos y fui notificada por un mail en el que me adjuntaban los puntajes en cada una de las áreas en las que la evaluaron. Por tres décimas quedamos fuera. A esas alturas, mi angustia era tremenda y de verdad sentía que mi hija se iba a quedar sin poder estudiar. Durante una semana completa fui todos los días a pararme afuera del colegio, mandé mails, cartas, llamé por teléfono, pero el colegio era sumamente hermético y nunca pude hablar con nadie, hasta que tuve la suerte de ver afuera a la directora de preescolar. Me acerqué, sin ningún pudor y sintiéndome una loca, a pedirle que por favor nos ayudara. Ella, muy honesta, me dijo que sin ser ex alumnos no había nada que hacer.

El tercero al que postulamos era nuestra prioridad número uno. Nuestra hija es de diciembre y nos dimos cuenta de que deberíamos haberla postulado un año antes para que entrara a playgroup. Como papás inexpertos en el tema, no lo hicimos y eso nos pesó mucho y se convirtió en un temón de pareja, generando algunos conflictos entre mi marido y yo. Éramos papás novatos, por lo que no sabíamos que había que hacerlo y sentimos que habíamos fregado. Ahí nos dimos cuenta de lo heavy que es este tema. Al borde de una locura.

Sin muchas esperanzas, postulamos igual. El proceso consistió en una entrevista con la directora que no preparamos y que nos propusimos enfrentar con calma, con relajo, pero es inevitable entrar en la dinámica y ponerse histérica, porque así funciona el sistema. A pesar de eso, fuimos nosotros; relajados y tranquilos. Estaba mi marido, yo y nuestra hija al medio jugando. Fue una conversación muy agradable, todo muy natural. Ahí me di cuenta de que ese tipo de evaluación era lo mejor, porque los niños están con sus papás, contenidos, seguros y eso los hace ser muy ellos. La directora fue súper honesta y nos recomendó postular a otros colegios porque solo había cinco cupos.

Tampoco quedamos. Cuando me avisaron, hice lo mismo que había hecho en el anterior: llamé, mandé mails y cartas. Esta vez fueron mucho más receptivos. Creo que fue porque empatizaron con lo que estábamos pasando; con esa terrible realidad de los procesos de postulación en Chile, en donde si no eres ex alumna o mamá de hijos ya inscritos es muy difícil quedar. Con mi marido pasamos días muy tristes, frustrados, enrabiados, y nos daba pena pensar en que, por ejemplo, uno se las puede arreglar para comprarse un departamento y puede pedir préstamos, pero que no puedes acceder al colegio que quieres que vayan tus hijos. Eso nos generaba mucho ruido y pena.

Un par de días después, me llamaron de este tercer colegio, muy empáticos para decirme que entendían perfecto lo que yo les decía, que imaginaban mi angustia, que nuestra entrevista había sido muy buena. Dos días después, me confirmaron que se había abierto un cupo en el playgroup. Me acuerdo de haber ido caminando por Providencia cabizbaja y ponerme a saltar de alegría. Llegué a la casa a abrazar a mi hija, gritaba de felicidad. Días después me volvieron a llamar para decirme que había cupo en pre kínder, lo que significaba que mi hija sería la menor de su curso, pero era el curso al que le correspondía entrar por su edad. Lo hablé con mi marido, con las profesoras del jardín, y me dijeron que ella estaba preparada para entrar a ese curso. Así que aceptamos felices.

En medio de estos desgastantes procesos, nunca sentí culpa ni me cuestioné si estaba educando bien a mi hija. No puse en duda si había algo que como papás estábamos haciendo mal, porque estábamos muy seguros de nosotros y de ella. Estuvimos conscientes de que esto pasa en colegios más de elite, que es un problema de la sociedad chilena que me parece terrible, pero a la que uno se termina metiendo por querer darle buena educación a los niños. Pero el sistema educativo en este país es lo peor. Es caro, es difícil entrar, es estresante para los niños y para uno. Me carga darme cuenta de que uno no puede meter a los hijos al colegio del barrio porque no son buenos. Es un círculo vicioso, porque por un lado no estás de acuerdo con muchas cosas, pero por otro te metes igual y entras al sistema maldito, haciendo lo posible para que funcione. Es que al final no queda otra; si quieres darle lo mejor a tus hijos, esta es la manera de hacerlo. Yo, que no fui a un colegio tan bueno, quiero darles una mejor educación que la mía. Sé que teniendo una educación no tan buena puedes ser igual de feliz y hacer lo que quieras, pero también sé que cuesta mucho más lograrlo.

Beatriz es mamá de una niña de cuatro y un niño de dos años.

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