Un regalo de paz

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Era el domingo 20 de octubre, día de almuerzo familiar con mi marido, nuestros cuatro hijos y mi yerno, cuando me llamó mi hija, que estaba embarazada, para decirme que no iba a ir porque estaba sintiendo dolores extraños, que no había tenido antes. Lo que no nos dijo, era que había roto su fuente. Ella estaba a punto de ser madre, pero todavía faltaba tiempo. Esa misma tarde, nos llamó desde la clínica porque su matrona se lo había aconsejado. La ciudad estaba bajo toque de queda desde la ocho de la noche, y nadie se podía mover. Nos dormimos sin tener noticias.

Al día siguiente, muy temprano porque no aguanté la espera, llamé a mi yerno "preferido" -así le digo a veces, a pesar de que será el único- y me contestó que mi nieto aún no nacía y que mi hija estaba descansando un momento antes del último empujón. Comencé a prepararme. El momento crucial se acercaba.

Más tarde sonó el celular. Era mi hija, quien me llamó 'mamá' con un tono que nunca le había escuchado antes. Uno de alegría, fuerza y emoción. ¡Ya nació!, me dijo. No podíamos hablar porque las dos llorábamos. Incluso seguí haciéndolo después de que colgamos. Partí a conocer a mi nieto y abracé a mi hija que había conseguido lo que tanto anhelaba. Ella no había dormido en toda la noche, pero estaba fresca y animada. Llegó también su emocionado abuelo y junto al nuevo padre nos relataron paso a paso el nacimiento. Me di cuenta de que las formas han cambiado; el recibirlo, el apego inmediato, y detalles como que contaron con un equipo que tuvieron durante toda la noche para ellos.  La pieza se llenó de alegría con todos sus abuelos, tíos y su amorosa y emocionada bisabuela, quien lo cargó en sus brazos el tiempo que quiso. Mi nieto es un niño precioso, con dos dientecitos ya, igual que su padre.

Este niño nació prácticamente durante el toque de queda. ¿Qué era lo que pasaba realmente afuera? ¿Cuánto tiempo más estaríamos así? Fue inevitable recordar el pasado y experimentar un sentimiento de incertidumbre y de confusión. Creo que todos experimentamos lo mismo, sin manifestarlo abiertamente. Pero disfrutar el momento era lo que importaba.

Al convertirme en abuela por primera vez, vuelvo a sentir esa sensación de responsabilidad, de creer que debo educarlo, enseñarle como lo hice con mis hijos. Pero felizmente me doy cuenta de que ahora me toca vivir algo diferente: que sólo debo contemplarlo, acariciarlo, apretujarlo, quererlo y gozar el tiempo que tenemos juntos.

Margarita, abuela por primera vez.

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