Decidí creer que el amor no tiene edad




“Conocí a mi marido en la universidad. Él estaba haciendo un magíster y yo un diplomado. No podría decir que fue amor a primera vista, aunque el primer día de clases, en un salón en el que habíamos más de cien personas, él fue el único que se atrevió a levantar la mano para hacer un comentario. Y no sólo eso, tiró una talla. Así que inmediatamente me llamó la atención, pero jamás me imaginé en ese momento lo que vendría.

Lo encontré atractivo, pero se veía mucho mayor que yo. Y aunque reconozco que racionalmente nunca cuestioné mucho lo de la edad, creo que mi inconsciente me hizo decir next.

Sin embargo, cuatro meses después, las cosas cambiaron. Coincidimos en una clase que se realizaba durante todo un fin de semana. Me acuerdo que el sábado en un momento, de la nada, empezamos a cruzar miradas. La sala era mucho más chica que la primera vez. No recuerdo bien, pero seguramente no éramos más de veinte personas. En la mitad de la clase salí un rato al baño y cuando volvía a la sala, me lo encontré en la puerta. Él también había salido. Nos quedamos conversando. Lo noté ansioso, sentía que no estaba concentrado en lo que le decía, hasta que me interrumpió. ¿Cuántos años tienes?, me preguntó. Quedé descolocada, pero respondí que tenía 23. Se paró y me dijo: “Ok, voy por un café”. Él estaba a punto de cumplir los 36.

Ese día comenzamos a salir y no nos separamos hasta el día de hoy que tenemos 43 y 56.

Siempre que sale a la luz nuestra diferencia de edad, yo recuerdo esa anécdota inicial. La he contado decenas de veces. Pero más allá de eso, la diferencia de edad nunca ha sido un problema para mí. Además, mientras más pasa el tiempo, menos se nota. La mayoría de las anecdotas asociadas a la edad las vivimos al comienzo; no puedo olvidar la vez que en un restaurante le preguntaron a él si yo podía tomar, si era mayor de edad. Al principio me dio rabia, pero después nos dio risa.

Otra situación en cierta medida asociada a nuestra diferencia de edad fue que, cuando lo conocí, él se había separado hace un año y tenía un hijo. Quizás eso sí fue más problemático para mí al comienzo, porque yo era chica y no entendía muy bien qué significaba ser padre, por lo tanto me costó entender que había fines de semana en los que él tenía que hacer panoramas más familiares, cuando yo quería salir o carretear. Pero al final logramos encontrar consensos.

Diría que desde entonces, y hasta el día de hoy, la diferencia de edad no ha sido un gran problema. Sin embargo, no digo que en el futuro no lo sea. Ambos estamos en la flor de la vida, pero llegará un momento en el que yo tenga 59 y él ya supere los 70; o cuando yo siga en la década de los 60 y él ya alcance los 80. Lo veo hoy con mis padres, que tienen diez años de diferencia. Veo el peso del cuidado que lleva mi madre, y confieso que me asusta el futuro.

Muchas veces pienso que la diferencia de edad entre nosotros inevitablemente traerá desafíos a medida que envejecemos juntos. Sin embargo, y a pesar de estos temores, decidí creer que el amor no tiene edad y quedarme junto a él. Si pongo en un lado de la balanza mi temor, y en el otro lado nuestra historia –una que se ha tejido con cientos de momentos de complicidad, ternura y compañerismo–, el peso de lo nuestro gana con creces. Y por tanto, aunque el futuro pueda ser incierto, prefiero enfrentarlo a su lado.

Obviamente no puedo jurar que seguiremos siendo una pareja para siempre, pero sí sé que por ahora mi mayor deseo es que así sea y que, así como hasta ahora la edad no ha dejado más que buenas anécdotas, ocurra lo mismo en las etapas que vengan”.

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