El cáncer, mi maternidad y yo: “Quiero simplemente cumplir la promesa de llevar a mis hijas a dormir cada noche”




Todas las mamás y papás lo dicen, una y otra vez: el principal miedo con el que vivimos es que les pase algo a nuestros hijos. Y a partir de ahí, estamos todo el tiempo protegiéndolos y previniendo. Estamos para ellos en todos los momentos, atajando dolores, problemas y miedos. Y es ese “estar” el que precisamente nos da cierta tranquilidad, y que se sobrepone al miedo.

Desde hace cinco años ese temor para mí mutó, se transformó en otro, uno que no encuentra tranquilidad. Escuchar la palabra cáncer te paraliza, te hiela y estremece, pero antes que cualquier cosa, viene una imagen que es la más poderosa.

Mi cabeza se inundó de mis dos hijas, una de ellas recién nacida, en el momento en que el doctor me decía que tenía una enfermedad rara: un Melanoma Uveal Ocular. Llegué para consultar por la visión borrosa de un ojo, y me fui con una pisada en el pecho, un nudo en la garganta y una mochila de incertidumbre a cuestas. ¿Cómo voy a tener cáncer yo?

Acababa de vivir el maravilloso momento de tener a mi segunda hija, de dar vida, de llenar nuestra casa de esos sonidos tan familiares, de llantos, de leches y música. Y todo se fue nublando intempestivamente, y si hoy me preguntan qué es lo que sentí, creo que fue un borrón. Me paralicé en un estado de shock y me costó procesar las señales contradictorias que me daba el universo.

Y luego de ese primer aterrizaje forzoso en la nueva realidad que no quería aceptar, surgió desde un rincón insospechado, una fortaleza a -casi- toda prueba. Y esa energía nació no sólo por mí y mis decididas ganas de vivir, sino también, por la poderosa y simple razón que quiero estar para ellas, quiero que mis hijas crezcan con su mamá, porque además sé que ellas también así lo quieren.

Luego de la operación, en la que no sólo extrajeron el tumor sino también el ojo completo, vino un tiempo de observar. Y me llené de optimismo, de ganas de avanzar, de probar nuevas formas de vivir, de alimentarme, de ejercitar y de propiciar un equilibrio en mi vida. Y de esta forma, empujar las cosas buenas, sonreír, contener y proteger. Lo curioso es que la enferma era yo.

Pero ese sostener y sonreír se hizo difuso hace un poco más de un año, cuando ya cantábamos victoria después de tantos años con buenas noticias en los chequeos permanentes. Llegó a mis oídos una palabra peor que cáncer: “metástasis”.

Otra vez la parálisis y el entumecimiento. La negación y el miedo.

¿Cómo sostengo a mis niñas que ya están más grandes y entienden todo o casi todo?

¿Quién sostiene a mis papás cuando yo les tenga que contar?

¿Y a mí, quién me sostiene?

Vinieron momentos duros, tristes, confusos, pero también de mucha esperanza. Cambié radicalmente mi estilo de vida, nos vinimos a vivir fuera de Santiago, puse las pausas necesarias en el día a día y volqué todo el amor posible e imposible a mi familia, a nuestro nido.

No puedo negar que verlas crecer da miedo, porque no tengo ninguna certeza médica respecto al avance de mi cáncer. Me atemoriza que sufran o que ellas sean las que tengan miedo.

Qué difícil protegerlas en momentos en que ellas tienen múltiples inquietudes. Me apoyo en mi marido, con su sonrisa constante y su optimismo férreo, que se mantiene comprometido en los momentos más duros, incluso en las conversaciones más tristes y difíciles, esas que nos han tenido frente a frente tiritando pero sometidos a la madurez de tener que enfrentar, sobre todo por ellas. Y me apoyo en mis papás y hermanos, que caminan conmigo en todo momento, aunque por dentro vivan los mismos temores y su propia pena.

Pero creo que hay otra clave de la maternidad, que es poder criar en tribu. Y mi proceso de crianza, desde esta maternidad “distinta” y desafiada, en la que todos los días es un regalo y una oportunidad, estoy convencida de que no sería posible sin mi red de apoyo, mis amigas y amigos.

Hace algunas semanas una luz de esperanza llegó a nuestras vidas, cuando los médicos no nos habían dado muchas opciones: un tratamiento en Londres, que aumenta considerablemente los porcentajes y que podría propiciar el milagro, para mí, mis niñitas y toda mi familia.

Hoy se movilizó toda esta red, para hacer posible lo imposible, reunir ciento cincuenta millones de pesos en una rifa masiva y digital (www.rifaparamaida.cl), sumando amor de miles de personas que decidieron ayudar a una desconocida que grita a los cuatro vientos que quiere vivir.

Pero creo que hay otra clave de la maternidad, que es poder criar en tribu. Hoy se movilizó toda esta red, para hacer posible lo imposible, reunir ciento cincuenta millones de pesos en una rifa masiva y digital (www.rifaparamaida.cl), sumando amor de miles de personas que decidieron ayudar a una desconocida que grita a los cuatro vientos que quiere vivir.

Esa tribu, mi tribu, es la que nos está enviando a Inglaterra. Y que con todo este movimiento de amor, están sosteniendo a mis hijas y dibujando su futuro a mi lado. Nos están permitiendo creer y soñar, y atreverme a mencionar palabras como adolescencia, graduación y universidad.

La maternidad me trajo un desafío gigante, el que mi enfermedad triplicó. Y ambas develaron en mi vida la incondicionalidad de los vínculos y la posibilidad de un milagro.

No es fácil. Porque hay muchos ratos en que quiero ser más hija que mamá, que me siento pequeñita y quiero que me acurruquen y protejan. Pero aparecen, con sus sonrisas, llamándome a jugar o que vaya a mirar algo que lograron.

Las miro y me veo, y una vez más sale desde ese rincón insospechado la fuerza para avanzar, para creer y no bajar los brazos. Aun cuando no hay tantas ganas o cuando se pone todo cuesta arriba.

Cierro los ojos y pienso en sus risas cuando cantamos, en los juegos que inventamos y los paseos juntas. En las conversaciones más íntimas, cuando se acercan a contarme un secreto que sólo puede escuchar la mamá, cuando las veo en el colegio, con sus amigos, aprendiendo cosas nuevas y descubriendo el mundo. Pienso en lo seguras que se sienten cuando duermen a mi lado o cuando las cuido si están enfermas.

Quiero ver todo esto en un futuro.

Quiero vivirlo, estar ahí para ellas en los momentos más importantes, levantarlas cuando caigan y contarles mi historia.

Quiero hacer planes, secar sus lágrimas, aplaudir sus logros y ayudarlas a revelar los aprendizajes cuando se equivoquen.

Quiero simplemente cumplir la promesa al llevarlas a dormir cada noche: Nos vemos mañana.

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