Fracasar




Con sólo pronunciar la palabra fracasar, me pongo supersticiosa. No vaya a ser que por solo mencionarla fracase. Menos decir en lo que he fracasado, porque es exponer ese secreto oculto.

Parto yo.

Contexto: corrían los años noventa, venía de un prestigioso colegio bilingüe que descalificaba la educación chilena y nos sugería que “éramos superiores intelectualmente”, por lo que entrar a una universidad tradicional era un mero trámite. Mi futuro estaba asegurado por haberme formado en esa institución. Y sí, entré a la universidad, pero ¡qué vergüenza!, no me alcanzó el puntaje en la PAA y entré a universidad privada, situación que me frustró profundamente: no estaba a la par con mis compañeros “cabezones”. Primer gran fracaso.

Pensé que mi vida laboral sería un rotundo fracaso, que toda la autoestima que tenía respecto de mi nivel cognitivo se había ido al tacho de la basura, sin considerar que sólo había sido una evaluación en un momento dado, en un contexto dado. Afortunadamente, y gracias a ese gran primer fracaso, entendí que la vida no es causa-efecto, que sí o sí iba a fracasar y no sólo una, sino que muchas veces y que tenía que ponerme manos a la obra para ir atravesando los fracasos que iba a enfrentar más adelante. Ya no sólo académicos, si no que románticos, de amistad, laborales y un largo etc.

Pero ¿qué es el fracaso?

El fracaso es una experiencia humana común e inevitable en la vida. Se manifiesta de diferentes maneras y en distintos contextos, como en el ámbito académico (¡yo!), laboral, vincular o individual, en relación a metas personales. Aparece cuando no alcanzamos un objetivo, cuando erramos en nuestras acciones o decisiones o cuando nos enfrentamos a obstáculos que no esperábamos y nos impiden avanzar.

Duele fracasar, sobre todo cuando invertimos tiempo, esfuerzo y recursos en algo que no resulta como esperábamos. Y eso sin duda puede generarnos emociones como frustración, vergüenza, ansiedad o sentir que no valemos un peso. Sin embargo, comparto esta columna contigo hoy, porque fracasar también puede ser una oportunidad para reflexionar, aprender y crecer.

A mis ojos, el fracaso resulta ser un síntoma de las tensiones y presiones excesivas en la sociedad contemporánea. Una sociedad que necesita urgente reevaluar sus valores y prioridades para promover una cultura que permita el crecimiento personal y el bienestar emocional, incluso cuando se enfrenta el fracaso.

Vivimos en un mundo donde se premia al éxito y se condena al fracaso y donde el éxito es proporcional a la cantidad de fracasos. Ejemplos hay miles. Walt Disney enfrentó numerosos rechazos en su carrera. De hecho, fue despedido de un diario porque, según su editor, “carecía de imaginación y buenas ideas”. Uno más pop: Cuando Beyoncé era parte de “Destiny´s Child”, la banda fue despedida de la disquera, sin embargo ella perseveró y ahora ni siquiera tengo que explicar quién es.

En alguna parte todos tenemos miedo al fracaso. Lo evitamos porque la sensación de fracasar es intensa y dolorosa, sin embargo, es importante que aprendamos a fracasar porque es algo que sí o sí nos va a pasar.

No sabemos fracasar porque no nos enseñaron a hacerlo, porque nos socializaron haciéndonos creer que es vergonzoso. Nos tratamos mal cuando fracasamos. Nuestro diálogo interno se dispara con descalificaciones.

Es una condición amarga, de rabia, que se siente como una derrota cuando comprobamos que algo en lo que pusimos un montón de esfuerzo o mucha ilusión, no salió como queríamos que saliera. Es también una sensación que sale de las entrañas, muy profunda, desagradable, frustrante. En el fondo, fracasar es un miedo primitivo de ser rechazados, de no ser parte de lo que se espera, no ser parte del “mainstream”.

¿Entonces cómo se aprende a fracasar? ¿Hay un curso? El fracaso per se no es malo, pero en esta cultura occidental exitista, solemos ver puro éxito. Se nos hace la pista pesada al pensar que eso que vemos en las redes sociales no es ficción si no que una realidad. Y que el algoritmo se empeña en hacerla más real.

Si pensamos en fracasar, nunca lo pensamos en algo concreto, lo generalizamos a todo nuestro ser y nos tildamos de fracasados. Y ¿quién quiere eso? Pero eso pasa cuando la medida del fracaso viene desde afuera. Cuando medimos el fracaso por dentro nos damos cuenta que es necesario pasar por esa sensación desagradable para que nos vaya bien en cualquier cosa que hagamos. A mi en particular, fracasar en lo académico me llevó a convertirme en académica y acercar la Psicología a las personas desde un lugar lejano.

El fracaso también nos ayuda a ser más pacientes y a entrenarnos en la tolerancia a la frustración, que aparece frecuentemente en la vida cotidiana. Esa que nos ayuda a enfrentar las dificultades. Esa “pataleta” interior que nos ocurre cuando las cosas no salen como las esperamos.

Es cuando invertimos la ecuación y nos medimos de manera interna, cuando vemos qué es lo que queremos realmente y de pronto, no coincide con lo que el resto espera.

Yo misma busco situaciones en las que sé que no soy buena, que son un montón, y me expongo a fracasar. Me encanta cantar, no lo hago tan mal, pero tomo clases de canto y elijo canciones de Amy Winehouse para ensayar. Sé que no lo haré nunca como ella, pero ese fracaso me inspira a buscar mis propias notas, mi camino a sentir la satisfacción del canto por el canto.

¿Por qué tememos fracasar? Entre muchas razones, porque buscamos constantemente el reconocimiento de los demás, le damos mucha importancia a la opinión que tienen los otros sobre nosotros. Porque le tememos al ridículo, a recibir la crítica.

Porque nos autoimponemos una vara muy alta, obligándonos a tener grandes éxitos, olvidándonos de los avances y del camino recorrido. Porque somos autocríticos, nos centramos en los errores y nos culpamos por errar, nos insegurizamos y desconfiamos de nuestras capacidades. Porque buscamos el perfeccionismo, volviéndonos inflexibles, lo que nos angustia y estresa. Porque juzgamos el resultado final, sin detenernos en el proceso.

En su libro “Failosophy: A Handbook For When Things Go Wrong” la periodista británica Elizabeth Day, desmitifica la idea de que el fracaso es algo que debemos temer o evitar a toda costa y, en cambio, lo presenta como una oportunidad para aprender, crecer y reinventarse.

Pareciera ser que tenemos que fracasar para que nos vaya bien en aquello que queremos alcanzar.

Para terminar, me gustaría invitarte a pensar en algo que sientas que has fracasado y te preguntes qué puedes aprender de ese fracaso, qué podrías hacer diferente la próxima vez.

Esto no va a evitar que fracases, pero te ayudará a mirar desde afuera y con el paso del tiempo ver qué aprendiste.

En mi caso, mi primer gran fracaso me ayudó a no sobre confiar y nunca dar por obvio lo que he aprendido.

Y tú ¿qué harás en tu próximo fracaso?

* Dominique es Psicoterapeuta -sistémica, centrada en narrativas- y magíster en ontoepistemología de la praxis clínica. Se desempeña como docente universitaria y supervisora de estudiantes en práctica. Atiende a adultos, parejas y familias. Instagram: @psicologianarrativa.

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