La importancia de ver a todos por igual

La importancia de ver a todos por igual

Mi mamá me dijo que me ponga el polerón, no le hice caso y me dio frío. También me dijo que me respete a mí misma para que me respeten y siento que soy una mujer fuerte gracias a eso. Nuestras mamás nos han dicho muchas cosas, de las cuales hemos aprendido y que nos han hecho crecer. Este Día de la Madre en Paula invitamos a nuestras lectoras a compartir esos consejos que nuestras madres nos han entregado a lo largo del tiempo y que han definido nuestras vidas.




Mi hermano y yo íbamos en los asientos traseros del auto familiar, un Fiat 147 de color rojo. Eran los años 80 y nosotros, la típica familia chilena de clase media. Un día nos detuvimos en una luz roja junto a un Mercedes Benz brilloso, del año. Mi papá, que iba conduciendo y adoraba los autos, nos dijo “¡Niños, miren ese auto!”. Nos explicó que era un auto lujoso y nos dijo el modelo. Mientras nosotros admirábamos el Mercedes como dos estrellas de mar pegadas a la ventana, mi mamá, que iba de copiloto, dijo: ¿Y ven ese hombre que lo está conduciendo? Ese hombre es igual que el papá, igual que yo y también igual que ustedes, porque tener un auto lujoso, no te hace más o menos que nadie, somos todos iguales”.

En ese momento no le di mucha importancia al comentario de mi mamá, pero lo dijo con tanta convicción, abriendo bien los ojos y moviendo la cabeza, asintiendo, como hacía cuando quería resaltar una idea, que se me quedó esta escena en la memoria.

Con el paso del tiempo este recuerdo volvió a mí todo el tiempo. Lo entendí, lo incorporé y lo hice propio. A los catorce años cuando una profesora me pidió que me pegara el chicle en la frente como castigo por comer chicle en clases, me paré y lo tiré al basurero. Ella no era mejor que yo por ser profesora, ni yo mejor que ella. Así que respondí a su amenaza de anotación en el libro de clases que escribiera explícitamente que me anotaba por no pegarme el chicle en la frente. Cosa que no hizo.

Mi mamá no se cree mejor ni peor que nadie, la he visto hablar con políticos, famosos del espectáculo, intelectuales, secretarias, conserjes, barrenderos y mendigos. Ella es siempre igual y eso la hace única y hermosa. Habla de igual a igual y dice lo que siente y piensa. Mi hermano y yo aprendimos esto de ella, con su ejemplo.

Este consejo de mi madre marcó mi vida para siempre. Hoy comparto con todo tipo de personas; de distintos ingresos, nacionalidades, credos e ideologías. Saber que somos todos iguales me ha permitido valorar a las personas por lo que son, y no por lo que tienen. Esta convicción me ha regalado a los mejores amigos y amigas de la vida.

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