La amenaza del petróleo

A pesar de que ha pasado más de un año desde la publicación de este reportaje, el retiro del pesquero Denisse sigue pendiente. Hace unas semanas, César Villaroel y Céline Cousteau bucearon hasta el naufragio y se percataron de que los más de 4 mil litros de petróleo y las ocho baterías de plomo, siguen contaminando la costa de Punta de Choros. Pese a que la Intendencia de la IV Región ya autorizó la suma de 29,5 millones de pesos -que financiaría parte del trabajo para sacar el barco- hace casi un mes que el proyecto está esperando ser aprobado en el Ministerio del Interior.




Hace 10 años el pesquero Denisse se fue a pique a cincuenta metros de la isla Chañaral, en la Reserva nacional Pingüino de Humboldt, la mayor reserva mundial de esta especie. Frente a Punta Choros, al norte de La Serena, los estanques llenos de petróleo de este naufragio son una bomba de tiempo antiecológica: pescadores y buzos han visto las primeras manchas de combustible en la superficie del mar.

El asunto es que te haces a la mar cansado. Con todo el rollo de cargar víveres para dos semanas, el combustible, la carnada, las redes y el papeleo del barco, además de dejar las cuentas de la casa pagadas, plata para tu mujer, para tus hijos. Querías salir a las diez de la mañana pero el barco zarpa a las tantas de la noche.

Te toca turno y jodiste: al timón. Pestañeas, cambias la radio, los párpados te pesan como un plomo, pestañeas de nuevo, pones la cumbia más fuerte y te guías por los instrumentos, porque es de noche y no se ve ni pío, abres la ventana para sentir el aire y ¡paf!, despiertas con el golpe en las rocas. Te quedaste dormido. Y dices: "la cagué" –si es que alcanzas a decirlo–, porque un barco se va a pique rápido.

Todos los viejos pescadores de Punta Choros, una caleta a 120 km al norte de La Serena, han trabajado en barcos pesqueros y han sufrido accidentes alguna vez por cansancio. Hace diez años, en el pesquero Denisse, el marino se quedó dormido al timón por el excesivo trabajo del día del zarpe. Cosas que pasan.

El Denisse está hundido a tiro de piedra de la isla Chañaral, a 50 metros de la orilla y a 30 de profundidad. Por poco choca con la isla, una de las tres de la Reserva Nacional Pingüino de Humboldt, un santuario turístico y de buceo frente a Punta Choros.

Era un pesquero mediano, de 30 metros y 105 toneladas, como los que se ven frente a los puestos de fritanga en cualquier puerto chileno, con el nombre de la embarcación en la proa y del lugar donde recala en la popa. El Denisse tenía escrito Valparaíso, pero recalaba en Tongoy. Estaba pintado de blanco y azul y los jotes se posaban más bien sobre el óxido que la pintura, pues tenía 35 años de trabajo.

No se hundió románticamente, luchando contra la tormenta perfecta como en la película de George Clooney. En la madrugada del 17 de abril de 1999 el Denisse navegó a su antojo, se salió de la ruta oceánica, entró zigzagueando a la bahía de Punta Choros y chocó contra las rocas en la orilla misma de la isla Chañaral a las 3:30 de la mañana.

Se rajó el casco y el pesquero se hundió. Los nueve tripulantes se salvaron en una balsa y nadando. Llegaron a la isla e hicieron fuego para secarse la ropa. Al día siguiente fueron rescatados por el pesquero Atacama II, que acudió a su llamado de auxilio.

Luego de un sumario, la Fiscalía de la Capitanía de Puerto de Huasco suspendió la licencia al patrón (capitán de la nave) y a los marinos. Y le aplicó una multa de 3.600 pesos oro (8 millones de pesos) a la empresa pesquera propietaria, Bravamar, que debía presentar un plan de reflotamiento. Cosa que nunca ocurrió.

Y sería todo. Al poco tiempo, Bravamar, que sólo poseía el Denisse, quebró, con lo que el barco se dio por abandonado, sin responsables ni dueños. La autoridad marítima declaró al barco "resto náufrago" y publíquese y archívese y que el tiempo haga lo suyo.

Pasaron nueve años. Hasta hace dos veranos, cuando los pescadores de Punta Choros advirtieron manchas tornasoladas de petróleo flotando en la superficie cercana al naufragio.

Le contaron a César Villarroel (33), uno de los buzos deportivos que fundó el turismo submarino en la reserva, buceó la hundida Esmeralda para el programa Epopeya, de TVN, y ha organizado encuentros nacionales de buceo. Conoce el fondo de la zona como a su propia gualeta. Buceó el barco por primera vez en 2007.

–Estaba desmantelado –dice–. Lo habían saqueado. Se habían llevado cadenas, ventanas, mamparos, campana, escotillas, cables. Hasta pedazos de fierro que venden por kilo. La corrosión estaba carcomiendo el resto. Se estaban rompiendo los tanques de petróleo.

Tiene uno principal, de 1,80 por 2 metros, de cuatro mil litros, y otros dos secundarios con dos mil litros o más. Más doce baterías. El estanque principal, según Villarroel, tenía una rajadura en un vértice y probablemente el petróleo esté saliendo por ahí.

En alguna ocasión, cuando el mar está agitado o la corriente penetra hasta las bodegas del barco, Villarroel ha salido con las manos aceitosas y el traje impregnado de petróleo. Denunció la contaminación en su columna de buceo deportivo que escribe en el diario La Segunda y se puso en campaña.

Después de mucho perseguir a funcionarios en Santiago, La Serena y Huasco, en octubre pasado Villarroel logró que se firmara un acuerdo entre la Conaf, Sernapesca, la Armada, la Intendencia Regional y varios municipios y que asignaran un presupuesto de 36 millones de pesos para que una empresa de buceo industrial removiera el petróleo: Servicios Marinos Sermar, de Antofagasta.

Luego de una inspección en enero de 2009, la empresa presentó un plan para remover el petróleo. Es una maniobra compleja, con cascos de buceo ultramodernos y probablemente un robot, el CMK2, que bajará con equipos de succión. Lo harán "por la ecología", dice Víctor González, gerente de Sermar. Asegura que el presupuesto asignado prácticamente roza el costo de la operación y que una maniobra de ese tipo costaría normalmente 100 millones de pesos.

La Armada le hizo algunas observaciones al plan, que se suponía debía estar listo en febrero. El capitán Franco Lange, Gobernador Marítimo de Caldera, dice que está a la espera de que la empresa devuelva el nuevo plan acabado y entregue una nueva fecha para efectuarlo.

Pero pasó abril y nada. Tic-tac-tic-tac. Y viene el tiempo malo en ese mar tumultuoso. Tic-tac-tic-tac. Y Villarroel teme que un día aparezca una mancha y se despache a miles de pingüinos de la reserva. Tic-tac-tic-tac.

Choros sin choros

Punta Choros es de esas caletas perdidas en la costa entre La Serena y Arica. De casas bajas y calles arenosas donde deambulan perros y niños que parecen haber nacido con el polvo en la piel.

Niños que cuando jóvenes salen a pescar y pronto se hacen hombres, se cuelgan un colmillo de lobo al cuello y se emparejan con una mujer con la que tienen críos, que luego van empolvándose en las calles, creciendo a la suya, hasta que un día se cuelgan a su vez un colmillo. Generación tras generación.

–No había luz ni agua. Vivíamos como podíamos. Éramos tan pobres que tampoco nos podíamos ir– dice uno de esos pescadores de colmillo al cuello, Guido Barverán.

En 1990 la Conaf convirtió las tres islas de la bahía, Damas, Choros y Chañaral, en la Reserva Nacional Pingüino de Humboldt. Desde entonces es un santuario para esa especie. Ahí anidan 17 mil de los 25 mil ejemplares que hay en el mundo. Y cada verano llegan 35 mil seres humanos de la especie turista a observar a los pingüinos y dos mil más a bucear en las aguas turquesas.

Pareciera que el ideal de preservación y desarrollo se equilibrara por fin. Los rudos pescadores prefieren dedicarse al turismo que a explotar el mar. Tienen auto, televisión satelital y saben el nombre científico de las especies de pingüinos, delfines, elefantes marinos y, recientemente, hasta de las ballenas que han llegado a vivir a la bahía.

Pero es un equilibrio precario.

–Todo en Punta Choros, se llama choros, ¿ok?– me dice Guido Berverán, quien hoy se dedica a llevar turistas a la reserva. El pueblo más cercano, Choros. El río, Choros. La quebrada, Choros. La desembocadura, Boca Choros. ¿Ok?

–Ok– digo.

–Pero anda a las cocinerías y pide choros. ¡No hay choros! ¡Se extinguieron por la contaminación, de un paraguazo!

Hasta 1985 todo el sector, de cincuenta kilómetros de costa, era famoso por sus bancos de choros zapatos de hasta 15 centímetros de largo. Un marisco blanco y exquisito que llegó por muchos años a restoranes marinos de Santiago, como el Caleuche o el Tongoy, que compartían el riguroso secreto de esta picada. Y los choros le dieron el nombre al lugar.

Pero el invierno del 85, en un fenómeno de El Niño, el río Choros creció como nunca y un brazo arrastró una torta de relave de cobre de la antigua minera Santo Domingo. Un cerrito del porte de un campo de fútbol de unos diez metros de alto. De ahí salió una mancha verde y voraz que desembocó por el río hacia el mar y acabó con los choros en toda la bahía de cincuenta kilómetros cuadrados.

–Fueron exterminados. Nunca más han vuelto los choros a Punta Choros. De ellos sólo quedó el nombre– cuenta Guido.

Ahora los habitantes del lugar piensan que lo mismo podría ocurrir con los delfines, los pingüinos, las ballenas y, por ende, los turistas. Y si el petróleo que se fuga del Denisse es una bomba de tiempo para el santuario, a 20 kilómetros de distancia están a punto de disparar otro misil.

El gobierno está en vías de autorizar la construcción de dos termoeléctricas al sur de Punta Choros. Todo el pueblo está patas arriba con ese asunto. Pusieron banderas negras y organizan protestas cada tanto frente a la Conama en La Serena. Pero, sentí yo, su opinión pesa menos que un paquete de cochayuyo. La Conama les asegura que las termoeléctricas no tendrán impacto.

Pero hasta en el suplemento educativo Icarito uno se puede enterar de que las generadoras usan agua. La filtran. Luego la hierven y con la presión del vapor mueven las turbinas. En ese proceso matan las ovas y nutrientes de millones de metros cúbicos de agua que es devuelta destilada y caliente a la bahía. Las termoeléctricas de Punta Choros, además, esparcirán miles de toneladas de humo de carbón sobre las islas de la reserva durante los próximos cincuenta años. Un fenómeno de El Niño multiplicado.

De la delicada bahía donde está la Reserva Nacional Pingüino de Humboldt podría quedar sólo el apellido alemán. Y los restos del Denisse.

Viaje a la isla solitaria

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Ir a bucear a un naufragio no es como una excursión al parque. Desde la noche anterior, los buzos trabajan cargando los pesados tanques de aire, llenándolos de oxígeno, probando válvulas, viendo manómetros, afinando un sinfín de detalles para al otro día lanzarse al agua sin peligro.

–Sólo hay tres señales bajo el agua –dice César–. Un círculo con el índice y el pulgar significa todo ok. La mano haciendo la señal de más o menos indica problemas, necesito ayuda, subo. Y el último y el peor: pasarse el índice por el cuello como un cogoteo quiere decir me falta el aire, me muero.

–Como nadie quiere morirse, se revisan las cosas una y otra vez– dice un amigo de César, serio como moái, mientras revisa la presión de un manómetro.

El bote en el que vamos se azota que da gusto por la corriente tumultuosa para cruzar los 5,4 kilómetros que separan la isla Chañaral de la costa. Llegamos al naufragio. Se arrojan los buzos a tomar fotos. Yo espero arriba, soldado que arranca…

El barco hundido está cada vez peor. El petróleo flota libre en una parte del casco, fuera del estanque. Los cardúmenes de viejas y cabinzas pasan por él y lo remueven fugazmente. Pero los peces no son tontos, así que evitan el naufragio. Todo el barco está cubierto de algas, musgo y líquenes marinos de un verde intenso. La corriente es densa y agitada.

Alguien sacó las doce baterías del barco al exterior. Seis yacen sobre el fondo arenoso y otras seis en la cubierta posterior. También están corroyéndose. De romperse, podrían liberar ácido.

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Lo único novedoso es que en la inspección que hicieron el 17 de enero, los buzos de la Armada y de la empresa que removerá el petróleo dejaron un cartel en el naufragio que dice: prohibido ingresar, para evitar que bajen al barco alguno de los buzos turísticos que llegan a conocer la reserva. Pero los pingüinos de Humboldt no saben leer.

Villarroel hace fotos del barco y emerge entre burbujas. Los pingüinos miran desde la orilla de la isla Chañaral mientras el bote se zangolotea sobre las olas.

En su devenir de buzo, César ha conocido a muchas personas influyentes que han ido a Punta Choros a conocer su riqueza marina. Marinos, ministros, periodistas, políticos, gente común. A todos los compromete en su campaña para sacar el petróleo del Denisse. Todos dicen que sí. Pero luego, nada. El último en asomarse fue el candidato presidencial Sebastián Piñera. Llegó en helicóptero en diciembre pasado, en pleno encuentro de buceo que Villarroel había organizado. Entre 250 buzos, la nieta de Jacques Cousteau, Céline, era la estrella.

–Le presté a Piñera un traje para la foto. Salió del agua con su mascarilla. Pero como después no se comprometió a ayudar a sacar el petróleo del Denisse, ni con plata ni con nada, en el camarín unos buzos le robaron los calzoncillos– recuerda riendo.

De pronto Patricio Ortiz, un cincuentón de barítona ponchera que guía el bote, grita como un arponero:

–¡Ballena a la vistaaaaa!

Al menos unos cuatro soplidos de ballenas fin, o ballenas de aleta, la ballena más grande después de la azul, se recortan contra el contorno de la isla. Ortiz acelera a fondo para acercarnos. Frente a nosotros estallan soplidos de cuatro metros de alto y una aleta dorsal gigante asoma como si un silencioso submarino de piel veteada y palpitante emergiera cinco segundos junto al bote y suspirara pesadamente.

César Villarroel se desliza al mar con snorkel. Unos buzos lo siguen. Otra ballena pasa justo debajo de él. Una sombra inmensa, blanca y azul. Disparo fotos como loco con la ballena gigante a cinco metros, pero la condenada nunca saca la cola frente al pequeño bote. Quizás por suerte, porque su cola es del tamaño de una avioneta.

¿Dónde más hay esta paz que en esta cercanía entre un gigante y un humano? César regresa nadando y, extasiado, grita desde el mar:

–¿No es ésta una razón suficiente para sacar el petróleo del Denisse?

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