Videoconferencias: Radiografía de las diferencias sociales

videollamada2



Con la cuarentena por la crisis de salud a raíz del coronavirus, las descargas de aplicaciones de videoconferencias se han disparado como nunca antes. Y es que sin previo aviso, nos vimos obligados a mutar nuestras rutinas laborales, domésticas y sociales, y Zoom, Google Hangouts y Jitsi –entre otras soluciones de comunicación virtual propuestas por Silicon Valley– se volvieron indispensables para mantener el contacto, aunque de manera intangible, con los demás.

Pero su verdadera relevancia –y valor– quedó en evidencia cuando se volvieron fundamentales para el traslado de los compromisos laborales y académicos desde un espacio físico designado, a la intimidad del hogar. Y es que en la medida que el teletrabajo se volvió la única alternativa, estas plataformas fueron las que facilitaron la transición.

Zoom es, a la fecha, la que lidera la lista de descargas en la tienda de aplicaciones de Apple. Aunque la compañía no entregue cifras de descarga diaria, según Apptopia –dedicada a registrar y hacerle seguimiento a las aplicaciones– el 23 de marzo fue descargada 2.13 millones de veces alrededor del mundo, versus las 56.000 descargas diarias que tenía en promedio dos meses atrás. A su vez, el precio de sus acciones se disparó de unos $70 dólares por acción en enero a $150, alcanzando un valor de mercado de $42 mil millones de dólares.

Mientras el resto de las acciones se hundían producto de la crisis sanitaria, estas plataformas parecían estar resguardando un ciberespacio de recuperación. Y las especulaciones respecto al robo de datos personales –Zoom fue la primera en caer bajo la lupa de los especialistas– poco parecían importar.

En esta hazaña por mantener los vínculos, sean laborales o personales, las aplicaciones de videoconferencias están marcando la pauta. Y todos los que tienen un computador y acceso a internet, están teniendo la posibilidad de interactuar con ellas. Pero han develado algo mayor: estas aplicaciones, que ahora vienen a exhibir nuestro mundo más íntimo y personal, están dando cuenta de mucho más que solamente nuestras preferencias en decoración, los libros que ocupan nuestros estantes y los colores que elegimos para nuestro papel mural, ya que, sobre todo, están dejando en evidencia y siendo una entrada directa a grandes desigualdades sociales. Desigualdades que, por cierto, en espacios delimitados a un oficio o actividad, no quedan expuestas y a la vista de todos.

El 4 de abril el columnista y reportero político del New York Times, Nicholas Casey, publicó un artículo titulado College Made Then Feel Equal. The Virus Exposed how Unequal Their Lives Were, en el que relató la experiencia de varios alumnos de un mismo ramo universitario que se vieron enfrentados a tener que seguir con las clases de manera virtual, desde la comodidad –o no– de sus hogares. Mientras una estaba en su segunda vivienda en la costa de Maine, la otra luchaba por mantener a flote el foodtruck de comida puertorriqueña de su familia. Y mientras una tenía a un papá que la instaba a salir del país antes de que la situación se volviera grave, la madre de otra alumna no tenía para pagarle el pasaje a su hija para que se fuera de vuelta a su país natal.

Según explica el sociólogo de la Universidad Diego Portales e investigador del COES, Jorge Atria, en muchos casos estas diferencias se están transmitiendo en vivo y en directo frente a una audiencia que quizás antes no las dimensionaba. "El escenario detrás de las videoconferencias difiere tan radicalmente como el ingreso per cápita en nuestra distribución nacional: no es lo mismo asistir a clases o reuniones en un dormitorio compartido que en un escritorio aislado, así como no es lo mismo tener internet de prepago que de fibra óptica", explica. "Pero más que eso, el hogar no representa lo mismo para todos. Mientras para algunos es un espacio de seguridad y comodidad, para otros lo es de riesgo, precariedad y desprotección".

En ese sentido, según explica Atria, lo que queda al descubierto es un recordatorio de que nuestro rendimiento está vinculado a nuestras circunstancias sociales y que el talento y esfuerzo no siempre son naturales. "Las videoconferencias nos permiten ver tras bambalinas, y ahí comprobamos que el mérito muchas veces es resultado de una lotería de fortuna que no depende de nosotros".

Por otro lado, lo que se devela y queda aun más en evidencia es que en una sociedad como la nuestra, los trabajos de cuidado, crianza y mantención doméstica son de segundo orden. "Es hora de que repensemos nuestras categorías sobre el trabajo productivo y doméstico, y que desafiemos la idea de que los trabajos productivos, relevantes y remunerados solo se realizan fuera de la casa. Primero, porque hemos tenido la posibilidad de ver que el desgaste de los trabajos del hogar es igual o superior al de aquellos fuera del hogar. Segundo, porque esto puede impulsar la reorganización de empresas para valorar el trabajo remoto tanto como el trabajo presencial, aplanando las brechas salariales de género. Esto puede redefinir lo que entendemos por trabajo productivo, entendiendo que nada pone en juego más crucialmente a un país que la alimentación, la salud física y mental y el cuidado de quienes queremos. Aspectos que muy a menudo se ponen en juego en el hogar", explica Atria.

Comenta

Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.