Las pandemias no discriminan, las personas sí

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El 21 de abril pasado se hizo de conocimiento público que en un cité en la Población Parinacota de Quilicura residían más de 33 ciudadanos haitianos contagiados de Covid-19. Con la llegada de las autoridades sanitarias, quienes exigían que cumplieran la cuarentena, se generó un enfrentamiento y choque cultural: las barreras idiomáticas en una primera instancia, pero también las diferentes concepciones de mundo que dieron paso a malentendidos y finalmente a una tensión bidireccional.

Los medios no tardaron en cubrir la noticia y los vecinos aprovecharon la instancia para expresar sus inquietudes y temores. Una de ellas dijo: "Están en Chile y deben respetar nuestra cultura, sino que se devuelvan". Frente a este episodio, la Red de Organizaciones Migrantes Haitianas en Chile emitió un comunicado en el que plantearon que "observan con desdén el rebrote de una serie de actos xenófobos y racistas".

El 19 de mayo el presidente Donald Trump se dirigió a la nación en una conferencia de prensa y habló del "virus chino" que hay que detener. Frente a las preguntas de los periodistas, quienes cuestionaron su elección de palabras, el presidente y sus asesores se defendieron argumentando que la terminología se refería únicamente al foco de contagio.

En España, Francia e Inglaterra, luego de que varios ciudadanos asiáticos denunciaran actos discriminatorios, se dio paso a una campaña en redes sociales que mediante el hashtag #NoSoyUnVirus pretende visibilizar no sólo la desinformación que existe en torno al virus en sí, sino que también las marginalizaciones –burlas, desprecios e insinuaciones de todo tipo– a las que muchos han sido expuestos desde que empezó la pandemia.

La Organización Mundial de la Salud tuvo que salir a desmentir los rumores que sugerían que las cartas y paquetes enviados desde China portaban el virus. Y la startup israelí L1ght –que busca proteger a los niños del abuso online– estableció en un estudio reciente que los mensajes de odio hacia los chinos habían aumentado en un 900% en Twitter, posicionando a #KungFlu, #CommunistVirus y #ChineseVirus como algunos de los hashtags más utilizados de estos últimos meses.

Anécdotas e historias como éstas –muchas de las cuales pasan desapercibidas por lo normalizadas que están en la cotidianidad– hay por montones. Y no son exclusivas de esta pandemia. Y es que, como explica la historiadora y académica de la Pontificia Universidad Católica y miembro del Centro de Estudios Asiáticos, María Montt, en momentos de crisis y situaciones límite la tendencia es la de identificar y responsabilizar, motivados por un miedo real o infundado, al otro como una manera simplista y reduccionista de encontrar una solución o posible salida. "Es una manera de proyectar nuestros propios miedos, pero en ese simplismo uno puede responsabilizar erróneamente sin detenerse a reflexionar", explica.

Si a esto le sumamos que el Informe Anual sobre la Situación de los DD.HH. en Chile, presentado a finales de 2017 por el Instituto Nacional de Derechos Humanos, reveló que un 68,2% de los chilenos está a favor de tomar medidas que limiten el ingreso de los inmigrantes a Chile, se da cuenta de una situación compleja. Como explica Montt, cuando se habla de las problemáticas generadas por inmigrantes o grupos minoritarios, o cuando se los postula como causantes de la propagación de enfermedades, en realidad se está responsabilizando a otros de los problemas estructurales que permiten la rápida expansión del virus –como un sistema de salud precario– y que ciertamente existen en el país desde antes de la reciente ola de inmigración. "Ningún virus tiene una nacionalidad, pero se desarrollan en ciertos contextos y se da paso a una creación de discurso que busca en aquel otro –distinto al "nosotros"– el responsable", dice.

¿Cuál es la relación histórica que existe entre enfermedad, discriminación e inmigración?

A lo largo de la historia, las pandemias han sido acompañadas de la búsqueda de un "chivo expiatorio" a quien responsabilizar, acusar y perseguir. Al comienzo de la Peste Negra fueron los judíos. En el siglo diecinueve se culpabilizó a los irlandeses del cólera. En 1868 se culpó a los migrantes chinos en Perú de la fiebre amarilla. Así como cuando en 1900 aparecieron los primeros casos de contagios por peste bubónica en San Francisco, California, las autoridades no dudaron en señalar que el barrio chino era una fuente de enfermedades, por lo que implementaron un cordón sanitario para delimitarlo. Hace unas semanas en la Villa Alemana se encontraron flyers que hablaban del virus chino. La tendencia por culpabilizar a ciertos grupos, que casi siempre son minorías provenientes de afuera o los sectores más pobres, se ha repetido sistémicamente en la historia. En muchos casos, esta reacción que proviene del miedo y del querer proyectar en el otro algo personal, es a su vez una manera de invisibilizar las estructuras sobre las cuales se pueden desarrollar un virus y que en este caso no cumplen los requisitos necesarios: como el sistema de salud y las desigualdades que hacen que la enfermedad se propague más en ciertos lugares. El racismo siempre está latente pero aparece con más fuerza en estos momentos, junto a una tendencia por nacionalizarse aun más y cerrarle las fronteras –reales y simbólicas– al otro. Todas acciones que contribuyen a la creación de un discurso racista.

¿De qué manera los micro-racismos que hemos normalizados sustentan este discurso racista?

Se trata de una serie de acciones cotidianas, que parecen inofensivas, como lo son la diferenciación entre "migrante" y "extranjero" –mientras el primer término se usa para los que provienen de países tercermundistas, el segundo se usa comúnmente para referirse a personas de Europa y Estados Unidos–, o como lo son las tallas y los memes que compartimos en conversaciones de amistades y que generan identidades específicas, rígidas y estereotipadas que reducen al otro para que nosotros podamos reconocerlo. Porque en la medida que podamos reconocerlo, podemos proyectar sobre ellos lo que nosotros pensamos que ellos son, sin permitirles una fluctuación o posibilidad de salirse de esa mirada esencialista. Esta idea de diferenciar entre "ellos" y "nosotros" es lo que sostiene a las prácticas racistas y una visión de mundo discriminatoria. Por un lado hay un "yo nacional", versus ese "otro que viene de afuera", a quien permito convivir conmigo únicamente en la medida que cumpla con el régimen otorgado por mí. O en la medida que se comporte como yo defina.

El racismo no es inocuo

Como explica María Montt, las prácticas racistas y xenófobas se sostienen mediante la construcción de un relato que diferencia a los "otros" como un grupo que está en contraposición a "nosotros". Pero una sociedad multicultural no se mantiene si es que se perpetúa la diferenciación entre ambas variables. A su vez, explica que a nivel mundial, y también en Chile, se ha invisibilizado a grupos de migrantes a lo largo de toda la historia y que esa costumbre, en el contexto actual, vuelve a aparecer. "Dentro de una estructura mayor, resurge este racismo latente pero que ahora se articula con más fuerza", comenta.

Muchas veces esto proviene desde la arrogancia pos-colonial que sigue apoyando la idea de que existe una cultura o visión superior a la otra –casi siempre la occidental–, justificando la presencia de formas y conductas colonialistas. Y esto, como explica la especialista, no es inocuo. "Los micro-racismos están tan inculcados en nuestras formas de relacionarnos que están incluso presentes en nuestra manera de dialogar y de expresar. Y no le vemos la gravedad, pero sirven para profundizar estereotipos que a la larga solo son dañinos e impositivos", explica.

¿Por qué hay una tendencia hacia eso?

Es fácil excluir al otro de lo que se definiría hipotéticamente como una nación y a su vez es muy fácil apuntar con el dedo en vez de detenernos a pensar y a revisar en nuestro propio interior o entorno cercano. Eso es lo que hay que poner en cuestión.

¿Cómo logramos un Chile de múltiples identidades?

Uno de los grandes desafíos de nuestra sociedad es pensar en identidades que no estén reducidas o confinadas a espacios nacionales o grupos específicos. También hay que pensar en contextos globales, porque estamos en un mundo interconectado. En ese sentido, hay que tratar de evitar el racismo como una manera de percibir el mundo e identificar nuestras propias prácticas racistas. ¿Cómo vamos a definir nosotros lo que es o no un migrante y que a su vez eso tenga una correlación con su identidad? Ese solo es un recurso al que recurrimos para poder definir tipos de identidades que se adaptan a las que nosotros tenemos predefinidas.

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