Aislamiento: ¿Qué perdemos al no tocarnos?

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Existe una leyenda conocida como "Los niños de Anna" que cuenta que tras la Segunda Guerra Mundial, miles de guaguas morían en los hospicios de todo el mundo a causa de una patología denominada marasmo, un tipo de desnutrición por deficiencia energética. La enfermedad -también conocida como debilidad o atrofia infantil- afectaba a niños y niñas de entre nueve meses y dos años, que aparentemente estaban en buen estado de salud, pero que sin razón médica entraban en un estado de decaimiento y desánimo. Dejaban de mantener el contacto visual, de alimentarse y comunicarse, hasta que inevitablemente morían.

El Dr. Henry Dwight Chapin, pediatra neoyorkino en esos años, llevó a cabo una investigación en la que concluyó que, sorprendentemente y sin causa aparente, casi el cien por ciento de los niños menores de dos años fallecían, pese a tener todas las necesidades básicas cubiertas. Por ello introdujo la práctica de alojar a los pequeños en hogares de familias de acogida en vez de que permanecieran en aquellos hospicios, bien atendidos pero abocados a una muerte casi segura. Esto luego de que otro doctor, Fritz Talbot, observara en sus visitas a Düsseldorf, Alemania, que una anciana cargaba a un bebé en sus espaldas en uno de estos centros. Al preguntarle al director, éste contestó: "Es la vieja Anna. Cuando hemos hecho todo lo médicamente posible por un bebé y sigue sin mejorar, recurrimos a ella, que nunca falla".

Tras reconocer los beneficios que les traía a las guaguas el solo hecho de tener contacto con la vieja Anna, a finales de la década de 1920 varios hospitales pediátricos empezaron a introducir un régimen regular de cuidados maternales en sus pabellones: tomar en brazos a los menores, acariciarlos, amamantarlos siempre que fuese posible, hablarles, mirarlos a los ojos y sonreírles. En 1938 la mortalidad descendió de 35% a menos del 10% en hospitales neoyorkinos.

Según el psicólogo, psicoanalista y docente de la Clínica Psicológica de la UDP, Felipe Matamala, esto tiene que ver con que el contacto físico lo necesitamos desde que nacemos. "Está en la figura de la madre con su hija o hijo. La mujer, solo a través del llanto, logra leer una cierta experiencia corporal y es capaz de entender esa gesticulación y de contener a su guagua sin la necesidad de un lenguaje hablado. Esas experiencias sensoriales significan mucho para nosotros", dice.

Y es justamente la manera en que nos relacionamos el resto de la vida. Cuando estamos con alguien físicamente, sin la necesidad de hablar, sabemos cuándo es el mejor momento para acercarnos, tocarnos o alejarnos. Porque según el experto, el contacto físico es también una forma de expresión. "Nos abrazamos cuando estamos alegres y también cuando tenemos pena", agrega. Por eso, en casos como la cuarentena y el aislamiento físico, es probable que muchos dejemos de sentir la sensación de cercanía al no poder utilizar sentidos como el tacto, que los seres humanos tanto necesitamos.

La sed de piel

Algunos psicólogos han llamado sed de piel a la necesidad de contacto humano físico. El doctor Terry Kupers, psicólogo y escritor que lleva décadas testificando en calidad de experto a favor de quienes están encarcelados en régimen de aislamiento, ha visto los efectos de la sed de piel de primera mano. "El contacto físico es un requisito del ser humano", indica Kupers. "Hay algo sanador en ello. El contacto físico no está solo relacionado con el ser humano, es lo que nos define", ha dicho.

El profesor Kory Floyd, de la Universidad de Arizona, también lo ha afirmado. Después de estudiar por casi dos décadas el afecto en las relaciones cercanas, Floyd cree que la comunicación verbal o escrita no son sustitutos del contacto físico. "El contacto posee una cualidad de inmediatez que las palabras no tienen. Y existen determinados beneficios para la salud que parecen acrecentarse cuando se expresa el afecto mediante el tacto".

Para Matamala esto es justamente lo que hemos perdido en estos días. "Tenemos una sensación de estar solos. Aun cuando existan herramientas tecnológicas para hacer videollamadas, nos falta la compañía física, porque generalmente la forma de transitar nuestras emociones o pensamientos pasan por lo corporal. "Un abrazo no tiene el mismo significado que una palabra", explica.

A la larga, según el experto, esto podría derivar en algunas depresiones, ya que solemos lidiar nuestras emociones y angustias en compañía de otros, especialmente en culturas como la nuestra donde el contacto físico es protagonista. "Los gestos electrónicos de amor y apoyo vía mensaje de texto o chat nunca serán sustitutos de un abrazo dado con amor", concluye.

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