¿El aislamiento saca lo mejor o peor de nosotras?

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En su libro Lo disruptivo. Amenazas individuales y colectivas (2003) el psicólogo, psicoanalista y miembro de honor de la Asociación Mundial de Psiquiatría (WPA), Mordechai Moty Benyakar postuló el concepto de lo disruptivo para clasificar lo que impacta nuestra psiquis sin saber de qué manera. Hasta ese entonces, se hablaba comúnmente del "trauma" pero, como explicó el autor, el trauma es el proceso psíquico y lo que nos impacta es un evento. Faltaba, como sostiene, un concepto que abordara y catalogara ese elemento fáctico que da paso a ese posible trauma o no.

"Como terapeutas tenemos que ver cuál es el efecto psíquico que causa ese evento disruptivo, y de ahí establecer si es estrés, trauma, depresión o resiliencia. Porque no todo lo que es terrible va a producir un proceso psíquico patológico. Por lo tanto, lo que hace el concepto de lo disruptivo es abrir una amplia gama de posibilidades, de síntomas y cuadros clínicos. Uno de ellos es el síndrome de ansiedad por disrupción (SAD)", explicó en una entrevista al medio argentino especializado El Sigma. Y es que el SAD, como explica el especialista, es uno de los tantos síndromes que aparecen cuando hay un impacto inesperado, inusual e inédito, como lo es una experiencia limítrofe, una guerra o una pandemia mundial. Es decir, cuando quien está "enfermo" es el entorno, pero quien recibe el impacto es la persona.

¿Pero cómo reaccionamos frente a estas situaciones inéditas que vienen a interrumpir nuestra cotidianidad? La psicóloga y directora de la Clínica Psicológica de la Universidad Diego Portales, Albana Paganini, explica que estas situaciones disruptivas provocan diversas reacciones, pero estas reacciones no pueden ser codificadas ni interpretadas con nuestros parámetros habituales porque no estamos, valga la redundancia, en un contexto habitual.

"El confinamiento siempre trae conflictos y no hay que idealizarlo. En definitiva se trata de una realidad que nos sitúa en una posición de vulnerabilidad que nos perturba y que no puede ser metabolizada a nivel psíquico con tanta facilidad. Es un evento disruptivo que resulta amenazante y distorsiona lo cotidiano –y, por ende, la convivencia con los demás– y que hace que las personas no puedan del todo regular sus afectos. Eso, a su vez, produce una tensión interna constante", explica.

Cuando estamos asediadas por situaciones disruptivas, agrega la especialista, reaccionamos con conductas urgentes, impulsivas y a ratos desesperadas. "Se produce una sensación de que se rompen las reglas del juego habitual y se apoderan de nosotros la incertidumbre y la desconfianza, especialmente cuando a eso le sumamos el consumo excesivo de información y que las instituciones sociales no cumplen las funciones para las cuales fueron creadas", dice. "Estos cambios dan paso a decisiones impredecibles que pierden racionalidad y se vuelcan hacia lo aleatorio. Como si se debilitara cierta identidad colectiva social".

En este contexto es posible incluso que aparezcan signos de desconfianza hacia el otro, sospecha y desvalorización. O, como explica Paganini, emociones exacerbadas que pueden parecer hostiles. Y esto puede producir una tensión constante con nuestros convivientes, vecinos y personas cercanas.

En ese sentido, el psicólogo y académico de la Universidad Adolfo Ibáñez, Claudio Araya, postula que estas situaciones limítrofes e inusuales tienen el potencial de sacar lo mejor y lo peor de nosotros, pero eso va depender de cada uno y de cómo respondamos.

Al igual que Paganini, Araya plantea que estas situaciones nos confrontan y nos exponen a nuestras vulnerabilidades más profundas, y eso genera un desgaste –y por consecuencia, mayores niveles de sensibilidad– con el paso del tiempo. Pero uno puede responder desde ahí y generar roce y conflicto, como también puede responder desde otro lado. "Es cierto que nuestras emociones están a flor de piel, estamos mucho más reactivos e irritables, pero también hemos visto la colaboración y mayor conciencia hacia con el otro. ¿Cuántas iniciativas de ayuda han surgido? Eso no lo podemos negar".

Lo que está en la base de esto, como explica Araya, es que hemos sido expuestos a nosotros mismos y hemos perdido la capacidad o ilusión de tener el control. "Queremos ser y creemos ser autosuficientes, pero una situación como esta deja en evidencia que no lo somos y que pueden pasar cosas que se salen de nuestro control y que nos afectan directamente", explica.

Frente a eso, podemos luchar contra la realidad y seguir sosteniendo esa ilusión o aprovechar la oportunidad para soltar lo innecesario y volver a entrar en contacto con lo importante, como en toda crisis. "Estamos pasando por un burnout de estrés, pero esta puede ser una oportunidad para observar nuestras relaciones y buscar modos amables de relacionarnos, más compasivos y altruistas. Pero eso requiere de motivación y disposición para hacerlo. Y entender que no hay que actuar solo desde la reactividad, porque en definitiva, estamos todas y todos en esta", plantea.

Según el psicólogo clínico estadounidense Christopher Germer, hay cinco etapas que constituyen los procesos de aceptación. La primera tiene que ver con la aversión; hay una resistencia y se le da vueltas mentalmente al asunto para tratar de eliminar el sentimiento que provoca. En segundo lugar, está la curiosidad: ¿Qué siento? ¿Cuándo se produce? ¿Qué significa? Tercero, entra la tolerancia. En cuarto lugar la permisividad –le damos cabida a los sentimientos– y, por último, la aceptación: cuando nos amistamos y vemos el valor oculto en nuestra dificultad. Por eso, como plantea Claudio Araya, situaciones como estas tienen un transcurso y pueden sacar lo mejor y lo peor. "Hay distintas maneras de vivirlo y uno puede, en cierta medida, elegir cómo hacerlo".

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