Actuar a los 91

Leyenda viva del teatro chileno, Mario Montilles, a sus 91 años, vuelve al escenario en la obra Los que van quedando en el camino, de la también nonagenaria Isidora Aguirre, estrenada en 1969 y que ahora forma parte del programa bicentenario del Festival de Teatro Santiago a Mil. Leerá los textos mientras actúa, porque ya no puede memorizarlos.




Esto no es una entrevista. Es un homenaje. Porque para hablar, Mario Montilles, hoy de 91 años, igual que para vestirse o para ir a un ensayo, requiere de la ayuda de su mujer, Yolita, de 80. "La memoria está más o menos", admite el actor que formó parte del elenco original de La pérgola de las flores. A su lado, su mujer agrega que no sólo la memoria está fallando. "La salud de Mario tampoco es buena: toma cinco medicamentos diarios para la arritmia cardíaca y tiene una hernia inguinal que le molesta cuando camina demasiado", asegura Yolita.

Mario es un actor legendario del teatro chileno. Nacido en Talca, causó el enojo de sus padres cuando en segundo año de Leyes, dejó la universidad para dedicarse a actuar. Hizo numerosos radioteatros en radio Pacífico, entre ellos El séptimo de línea, y durante 20 años formó parte del elenco estable de la Universidad Católica. En 1965 entró a la televisión a hacer un papel en Juani en sociedad, pero su rol más recordado es Dámaso Alonso, en la miniserie Martín Rivas. La última vez que estuvo en la pantalla chica fue en Iorana. "Luego se olvidaron de mí. Los guiones de teleserie no necesitan un veterano", dice Mario.

El actor vive con Yolita y uno de sus hijos en la misma casa, hace treinta años. Es la única de la cuadra que no tiene protecciones en las ventanas. "No necesitamos: no hay nada que robar", dice Yolita. La casa, de fachada continua y techos altísimos, se ha vaciado. Yolita ha ido vendiendo las herencias familiares: el piano de cola lo remató en 200 mil pesos, igual que el ropero y los sillones victorianos. "Para conseguir un poco de plata, porque con la pensión de actor de Mario no nos alcanza", dice Yolita, que todavía trabaja: construye y restaura mausoleos y tumbas. Este año, y muy a pesar suyo, se vio obligada a poner a la venta el mausoleo de su familia. Lo vendió en 11 millones para salvar su casa, que está hipotecada. Porque claramente, la vejez no ha sido fácil para esta pareja.

A veces cae algo extra. Cuando un director se acuerda de Mario y lo invita a actuar. En estos últimos 10 años ha hecho pequeños papeles en cine: estuvo en Cachimba, de Silvio Caiozzi; Días de campo, de Raúl Ruiz, y La estación ausente, del emergente Simón Bergman. "Además, vienen muchos jovencitos, estudiantes de Cine, que necesitan a un abuelo en sus trabajos para la universidad", cuenta Mario. Él siempre está dispuesto a ayudar, aunque sea a cambio de una mínima retribución. Si bien confiesa que está cansado y le cuesta animarse a actuar, Yolita lo alienta. "No quiero que se quede sin hacer nada, porque se enferma".

El último director que vino a buscarlo fue Guillermo Calderón (Neva), que lo reclutó para remontar Los que van quedando en el camino, una obra política que habla del levantamiento y masacre de campesinos que ocurrió en el sur de Chile, en Ranquil, en 1934. Escrita por Isidora Aguirre, la autora de La pérgola de las flores, fue estrenada en 1969 y en este nuevo montaje sólo actúan viejos dinosaurios: entre Diana Sanz, Mario Lorca, Gabriela Medina, Violeta Vidaurre y Sergio Madrid promedian 70 años de edad. De hecho, este último se sube al escenario con un tanque de oxígeno portátil debido al enfisema que lo aqueja. Montilles es el mayor y tiene permiso para leer los textos mientras actúa, porque ya no puede memorizarlos. "A pesar de estas dificultades de la edad, ver a Mario es un privilegio: cuando actúa es como si el escenario se iluminara", dice Guillermo Calderón. Mario también se alegra de volver a las tablas, después de unos 10 años sin estar en ellas. "Yo nací para esto. Cuando actúo el mundo desaparece y se me olvidan todos los problemas", reconoce emocionado.

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