Beatriz Sánchez dice lo que piensa

Alejandro Araya I.

Beatriz Sánchez va de frente. A los 19 años quedó embarazada, para sus padres fue atroz, pero ella asumió con todo y solo pidió que la dejaran seguir estudiando. Hoy, lleva 25 años con esa misma pareja, tuvo con él dos hijos más y lo sigue admirando y encontrando guapo. A los 40, le ofrecieron iniciar una carrera televisiva, pero ella advirtió que solo haría lo que le gusta y no intentaría ser distinta a lo que es. Y ahora, que tiene 43, la conductora del noticiero central de La Red, Hora 20, fue elegida la figura televisiva de 2014. "Me quiero harto, no tengo problemas de autoestima", dice.




Paula 1163. Sábado 20 de diciembre de 2014.

Nunca pensó en la tele como una posibilidad, lo único que pensaba era que se ganaba mucha plata. Estaba cómoda en la radio, tenía su carrera armada (Radio Bío-bío, Chilena, Cooperativa), estaba en su zona de confort. Pero la oferta era tentadora: le ofrecieron hacer algo parecido a lo que ella sabe hacer desde que salió de la escuela de Periodismo de la Universidad de Concepción: entrevistas, opinión, debate y análisis. Era cosa de cambiar el auditorio por un set.

Y aceptó sin saber si iba a resultar. Y así llegó a la tele, con una sola idea clara: "no lo quiero pasar mal, quiero disfrutar, dure lo que dure, sin proyecciones. ¿Sabes lo que pasa? Después de cumplir 40 aprendí que no quiero pasarlo mal, que quiero sentirme contenida y con cariño donde trabajo, que más que buenos profesionales me interesan las buenas personas. Siento que di un salto de calidad en la fórmula. A los 20 una está muy temerosa probándose a sí misma, buscando; a los 30 estás en que haces carrera y formas familia y vives en un torbellino. A los 40, en cambio, ya sabes lo que quieres. Yo hago lo que a mí me gusta", señala la periodista viñamarina, casada con Pablo Aravena, subeditor de deportes de El Mercurio, y madre de tres hijos (24, 13, 9), todos hombres.

"Cuando quedé embarazada a los 19 años pensamos en abortar. Lo discutimos harto. Al final optamos por tener a Diego, pero siempre he dicho que estoy a favor de que se legalice el aborto y sin apellido, así a secas, aborto, porque es una decisión de la mujer".

Eso sí, hizo una sola advertencia: "Así como tú me ves, así es como soy. Me gusta el pelo corto y oscuro y no bajo de peso; a mí me gusta como soy".

¿Les dijiste eso, porque pensaste que te iban a poner a dieta?

Absolutamente, pensé que me iban a tratar de meter en ese molde de lo que se ve en televisión, que es una mujer más estilizada, de pelo largo, etc. Y no es que tenga nada contra ese molde, es algo mío: a mí me gusta como soy.  Y esta soy yo.

¿No te puso más vanidosa la tele?

Mucha gente me dijo: vas a entrar a la tele y vas a adelgazar altiro. Y en realidad, no. O sea, trato de cuidarme, pero solo hago dieta cuando la ropa me empieza a quedar apretada. Ese es mi límite, no puedo empezar a comprar tallas más grandes porque esto se degenera. ¿Sabes lo que pasa? Es que me quiero harto. No tengo problemas de autoestima. Si logro que mis tres hijos sientan lo mismo, que se quieran y tengan su autoestima alta, voy a sentir que ya hice todo en la vida. Lo juro. Conozco muchas personas, amigas, con autoestima baja y es terrible. A mí me pasa lo contrario.

¿Cómo?

Una vez vi un programa en el que a una mujer anoréxica le dibujaban el contorno de su cuerpo, así como su sombra. Y ella no se reconocía. Entonces le pidieron que dibujara cómo se veía. Y ella se dibujó inmensa. A mí me pasa al revés, yo me miro en el espejo y me veo bastante más flaca de lo que en verdad soy. Es una cosa mental. Yo me encuentro linda. No me interesa ser otra persona. Por eso la tele no ha significado un gran cambio. Igual me preocupo más de mantener el pelo bien, con las canas cubiertas. Pero, en general, la verdad es que amo el HD, amo que se me vean las manchas de la cara, las pecas y hasta mis arrugas. Me cargan las caras uniformes, me gusta lo real, me gusta la textura de la piel, sus marcas.

¿Qué ha significado la tele para ti?

Puras alegrías y buenos momentos. Pero yo soy de radio.

Eres una de las fundadoras de ADN, pero vas a dejar la radio, igual que otras figuras como Fernando Paulsen que renunciaron luego del despido de un periodista y dirigente sindical. ¿Por eso te vas?

Honestamente, no he querido hablar mucho del tema porque no he querido hacerle daño a ADN. Esa es la verdad. He pasado por hartas radios y a todas les tengo cariño por cosas diferentes: en la Bío-Bío aprendí a reportear y la Chilena es mi radio madre, pero yo a ADN llegué a fundarla, la llegué a armar con un grupo de personas. Juntos escogimos las cortinas, le dimos el estilo y la siento como una hija. Entonces me voy porque se tomaron decisiones que no comparto y que terminaron con mucha gente que quiero fuera de la radio, incluyendo al director de prensa, el director de la radio y varios compañeros, entre ellos, Fernando Paulsen, con quien tomamos la decisión casi al mismo tiempo y sin consultarnos.

¿Te vas con pena?

Con mucha pena, pero, ¿sabes qué? Tal vez son señales de que a lo mejor uno cumple un ciclo y se tiene que ir. Creo mucho en los cariños y en la contención en los trabajos, entonces cuando se van prácticamente todos mis amigos yo, voluntariamente, renuncio y me alejo.

Ya debes tener otras ofertas…

No estoy tan segura, me encantaría, pero no sé si todo el mundo está interesado en que existan periodistas con opinión. No me proyecto, dejo la radio y una de las posibilidades es que capaz que nunca más trabaje en una radio de nuevo.

¿Tanto así?

No lo sé. No me proyecto. Lo cierto es que el 31 de diciembre dejo la radio y no tengo nada en mente. Y esa es la gracia. Sigo en Hora 20 y me hace harta ilusión leer, flojear, ir al cine, salir con mis cabros, dejar de correr todo el día. No estoy sedienta de estar en todos lados, no me estoy armando el futuro, no se me va la vida. Puedo parar un rato y hacer solo una cosa. Y tengo suerte de poder hacerlo.

MATERNIDAD EDULCORADA

Quedaste embarazada a los 19 años.

Sí, cuando pasaba a segundo año de Periodismo.

¿Cómo lo viviste?

Recuerdo mucho que la gente me decía: "hasta acá nomás llegaste, no vas a cumplir tus sueños". Era el año 89 y este país era otro, estábamos en la transición pura y dura, y todavía existía esa mentalidad de que si quedabas esperando guagua tenías que casarte. Era un tema innombrable, medio secreto, yo me acuerdo mucho de eso. A mí lo que más me complicaba eran mis papás.

¿Por qué?

Porque son súper conservadores y yo soy la hija mayor, más encima me habían mandado a estudiar a Concepción y les salía con esta gracia. Y ahí está el rollo: a los 19 una todavía es muy cabra, venía de una burbuja en Viña, de un colegio particular pagado que quedaba cerca de mi casa, mis papás eran académicos universitarios y vivíamos con mi abuela.

¿Lo tomaron muy mal?

Para ellos fue, y lo lamento ene, una bomba atómica que les cayó del cielo. Reaccionaron muy mal. Después fue decantando, pero lo único que yo les pedía era que me dejaran seguir estudiando. Y me apoyaron: me dieron las lucas para seguir en Concepción con mi hijo Diego. Sabía que para ellos iba a ser súper fregado, me los imaginaba con sus amistades, hablando de que su hija se había mandado esta embarrada. Era el cuchicheo por todos lados.

¿Pensaste en abortar?

Sí, mucho, lo discutimos harto, era una opción. Lo compartimos incluso con nuestro círculo más cercano de amigos que tenían opiniones súper distintas. Al final optamos por tener a Diego, pero siempre he dicho que estoy a favor de que se legalice el aborto y sin apellido, así a secas, aborto, porque es una decisión de la mujer. En esa época si hubiéramos querido abortar tampoco hubiéramos sabido cómo hacerlo, adónde ir, con quién hablar.

"Nadie de este gobierno me ha sorprendido mucho. Esto de negar los problemas me harta, me agota. Hay cosas que saltan a la vista y todavía persisten en bajarle el perfil a todo. Se trata de que sean un poco más honestos y transparentes".

Y hoy, después de 25 años, sigues con tu pareja.

Como toda pareja hemos vivido altos y bajos, pero él todavía me sobrecoge. Me pasa que cuando vamos al supermercado y voy a buscar algo, y vuelvo y lo veo con el carro, lo miro y lo encuentro guapo, mino, rico. Él se ríe todo el día, tiene un humor provocador. Es generoso, tiene una cosa intrínseca de ser buena persona que implica ser absolutamente honesto y transparente. Lo admiro.

¿Cómo fue la llegada de tus otros hijos?

Fueron otras maternidades. No reniego de ninguna. La maternidad de mi primer hijo, Diego, fue difícil porque nadie te cuenta cómo te cambia la vida, por eso detesto la maternidad edulcorada porque efectivamente si bien es una cosa espectacular, al mismo tiempo es terrible. Y cuando sales de la clínica y te dicen que te vaya bien y te ves con esta guagua en los brazos, lo primero que piensas es: esta guagua se me va a morir. Es apabullante. Es ese peso que te cae encima, esa sensación de que te sientes más desvalida que la guagua, que no sabes si te la vas a poder es muy dura, es una mochila que duele. Se llora mucho. Es una dualidad: por un lado tienes tanto amor pero, al mismo tiempo, la inseguridad que te hace cuestionarte si vas a ser capaz.

Has hablado de la maternidad edulcorada, ¿qué quieres decir?

¿Sabes lo que pasa? Que después uno se olvida de lo duro que es y se queda con lo dulce. Es como un mecanismo de defensa. Me carga lo edulcorada que está la maternidad, me cargan todas esas exigencias que te imponen para toda la vida, me carga eso de que la madre está para toda la vida, la madre abnegada, la que soporta todos los sufrimientos.

La madre corajuda.

Exactamente y es un modelo que está muy arraigado porque todo el peso de la crianza de los niños cae sobre las mujeres. No hemos dado ese salto de decir que los niños son de la toda la sociedad.

A las mujeres nos cuesta mucho.

Sí, y es sentirse mal y recriminarse si no alcanzó a llegar a la reunión. No soy tan culposa, pero igual me pasa ahora que por la pega en el canal no puedo asistir a los actos del colegio de mi hijo menor. Y me da pena. Me mata. Pero el punto es que es bonito y natural que las mamás seamos las primeras en preocuparnos de nuestros hijos en el contexto de la familia, pero la mujer queda muy sola en la crianza. Queremos más espacios pero no soltamos otros. Nos llenamos de pega todo el rato. Asumimos tantas cosas no solo por una cosa cultural, sino porque nadie más las asume, no nos apuntalan.

¿Cómo se te ocurre que esto podría resolverse?

Pensando que los papás puedan pedir permisos en sus trabajos para llevar a los niños al médico y no los miren como diciéndoles: ¿me estás hueveando? O que cuando un hombre se tome el posnatal no lo miren raro. Es cosa de mirar las estadísticas: la cifra de los hombres que se toman el posnatal es ridícula. También que los hombres vayan a reuniones. Que los colegios entiendan que las tareas son muchas, que no da el tiempo.

PODEROSAS

Acabas de lanzar el libro Poderosas, en el que entrevistas a ocho mujeres con cargos de poder. ¿Por qué te interesó este tema?

Me llamó la editorial para escribir este libro, pero yo no sé escribir. Hago radio y cada vez que tengo que enviar mails o hacer algo más formal le pido ayuda a mi marido, que sí sabe escribir. El músculo de la escritura no lo desarrollé. Solo hablé. Bueno, pero el asunto es que la editorial (Aguilar) me llamó para que hiciera las entrevistas del libro. Definimos que lo que queríamos era reflexionar qué ha pasado en la vida de estas mujeres hasta llegar a ser líderes, por qué confían en ellas, cómo fue su infancia, cómo eran sus papás, cuáles fueron sus influencias, su camino hasta el poder.

Solo una se reconoció como poderosa…

La única que lo dijo fue Lily Pérez. El resto, por ejemplo la Presidenta Bachelet, lo asocia a lo masculino. Yo le decía, "¿cómo no se siente poderosa, usted es la Presidenta de Chile, hay algo más poderoso?".

¿Hay que masculinizarse para ser poderosa?

Eso deja entrever Lily Pérez. También Evelyn Matthei. Cuando terminó la entrevista ella se quedó pensando y me dijo: "Creo que para que a una la respeten y pueda ejercer el liderazgo, te tienen que temer". Y le dije: "Espérame un poquito", volví a encender la grabadora y seguí con el tema. Su conclusión era que te tenían que temer para que te respeten. Y me pareció feroz. Muy fuerte. Quizás por qué cosas pasó en su vida para llegar a pensar eso. Me dio pena. Me impactó mucho.

¿Qué más viste haciendo el libro?

En el libro está también la Camila Vallejo, a quien le tengo un gran aprecio, y que ha debido construir esa imagen dura de sí misma. Cuando hablas con ella fuera de los medios es muy buena para reírse, es muy distinta a lo que vemos habitualmente, pero ella reconoce que debe ponerse así como un mecanismo de defensa por todo lo que ha significado ser el rostro de un movimiento tan grande, de sentir esa inmensa responsabilidad. Eso a ella le cayó muy fuerte y creo que trató de armarse, por ejemplo, no mostrándose vulnerable. No lo dice así, pero lo da a entender. Por otro lado está la Bárbara Figueroa, que si hay alguien que realmente está en un contexto de hombres es ella. Lo que le pasa a ella es lo mismo que le pasa a Jaime Gajardo, que si bien están en movimientos sindicales, se sienten muy cercanos a las políticas del gobierno, entonces siempre van a ser materia de sospecha. Si ella estuviera fuera del gobierno no levantaría sospechas.

¿Tú de quién sospechas?

Me pasa algo curioso con los empresarios, encuentro que están de capa caída. En vez de pensar de ellos "qué bien, son generadores de empleo, un motor del desarrollo, emprendedores", me levantan todas las sospechas del mundo.

¿Por qué?

Hay tanto millonario que se armó en la dictadura a costa de compras de empresas públicas en un régimen no democrático, tanto empresario que se aprovechó de eso para hacer su fortuna que no es para menos. Las grandes fortunas que veo hoy son súper cerradas; ellos no son un aporte a la ciencia, a la tecnología, ni emprendedores como muchos empresarios norteamericanos. En Chile no existe el gallo que se haga solo multimillonario. Se trata de familias que van heredando las platas. En Chile el empresario alega porque se quieren hacer reformas laborales porque significa que no va a ganar lo que ganaba antes. ¡Perdón!, escuchemos lo que están diciendo: no queremos reformas laborales y que hay que irse despacio con las mejoras al Sernac, pese a que eso es en beneficio de todos los chilenos. Estos gallos quieren sandía calá todo el rato.

¿Cómo evalúas el momento político de Chile?

Me encanta lo que está pasando. Me gusta este momento de discusión de reformas, me gusta que los temas hayan salido de los partidos políticos, que esos sí que están de capa caída, y que la política se esté haciendo desde otras partes, como de los movimientos sociales; o sea, la UDI tuvo que allegarse a la Confepa para poder hacer política desde ahí. Es un fenómeno muy interesante de mirar y que lo celebro harto, pese a que lamento lo que pasa con los partidos políticos porque me gusta que hayan y que persista el idealismo.

"A la radio ADN yo llegué a fundarla con un grupo de personas. Juntos, escogimos las cortinas, le dimos el estilo y la siento como una hija. Me voy porque se tomaron decisiones que no comparto y que terminaron con mucha gente que quiero fuera de la radio. Con Paulsen tomamos la decisión casi al mismo tiempo, sin consultarnos".

¿Cuál crees es el precio de las reformas?

De dualidad:  hay un grupo de gente que no quiere reformas, que le gustan las cosas como están, que cree que cada uno se salva solo, que aquí no hay colectivo y que el Estado no debería meterse en nada y está en contra. Y hay otro grupo que sí quiere reformas y que siente que el gobierno ha cedido; son los que quieren pasar la aplanadora, cambiar el modelo y que también están en contra del gobierno. Es un momento delicado para el gobierno porque se ve enfrentado contra los que no quieren las reformas y contra los que sí las quieren y las quieren ya. Creo que si quieren hacer las reformas deben hacerlo apuntando a que la gente sienta que les llegó en positivo. Si no, solo pagarán los costos.

¿Te ha sorprendido alguien de este gobierno?

No mucho. Solo ha habido situaciones puntuales que me sorprenden. Por ejemplo, el ministro Peñailillo en el terremoto en el norte y en el incendio de Valparaíso: se le vio empoderado y bien. Pero después no me ha gustado su conducción política, me parece que minimiza asuntos importantes. Me acuerdo que en la universidad nos enseñaban que a la gente hay que hablarle como si tuviera 12 años. Eso es un horror. Esto de negar los problemas me harta, me agota. Hay cosas que saltan a la vista y todavía persisten en esa sensación de bajarle el perfil a todo. Eso lo hace Elizalde también. Poner paños fríos, decir que todo es normal. No se trata de que salgan con sirenas, pero sí de que sean un poco más honestos y transparentes. Sería una mejor política.

¿Cómo cargas con la fama de ser la periodista más creíble? Hace poco fuiste elegida la figura televisiva del año por la Universidad Adolfo Ibáñez.

No sé si uno debiera creer en eso. He llegado a pensar que es bueno que des tu opinión independientemente de que el que te escuche piense como tú, porque dice: "ella dice lo que piensa". Da la sensación de que eres más honesta. Yo trato de hacer la pega de la forma más honesta que puedo, me gusta la política, me apasionan las noticias, me gusta el debate y creo que mi trabajo cumple un rol social, que es que la gente esté informada para que tome decisiones. Creo en las libertades individuales, no ando con dobleces, no quiero otra cosa. No me proyecto, no quiero armar una imagen, no tengo más respuestas, salvo decir humildemente: muchas gracias. ·

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