Gonzalo Rojas, fino y rajado

La invitación de Rojas fue generosa; nos invitó a pasar todo un fin de semana recorriendo sus territorios. Así es que llegamos un día viernes a la calle Los Robles de Chillán, que es donde él habita cuando no anda encaramado arriba de los aviones para responder a las solicitudes de quienes lo leen y lo admiran. Aquí, publicamos esta entrevista como homenaje.




Para resumir: peso pesado, Gonzalo Rojas, con 81 años, es estrictamente contemporáneo de Nicanor Parra, que tiene 83, y su obra se añade a las voces tutelares que con Neruda y Huidobro, la Mistral y De Rokha, Lihn y Teillier han marcado el perfil estético de este siglo. Eso sí que nadie supera a Rojas cuando, con el ojo místico y concupiscente que tiene, habla del amor, del más carnal y loco, amarrando de tal manera el soplo de las sílabas que el poema va adquiriendo dicen los especialistas que lo han estudiado los ritmos del mismísimo orgasmo.

Por eso, durante el fin de semana que pasamos con él, quisimos calar en esa veta que le es tan propia y hablamos bastante de la veleidad constitutiva de las musas. De las sensualas, las animalas,

las vampiras, las posesas, las adivinas, las centauras, las hermosas, las suaves, las sinuosas, que así es como las ha ido nombrando este poeta que afirma: "(…) Habrá viejos y viejos, unos/ vueltos hacia la decrepitud y otros/ hacia la lozanía, yo estoy/ por la lozanía (…). La apuesta es ahora,/ ese ahora libertino cuando uno/ todavía echa semen sagrado en las muchachas, y/ no escarmienta".

En Argentina lo acaban de celebrar con el premio José Hernández y en México con el premio Octavio Paz, galardones que se añaden a una catarata de medallas y a otros reconocimientos anteriores, como el premio Reina Sofía de España y el Nacional de Literatura en Chile, recibidos ambos en 1992.

La conversación ha partido, allí en el jardín de su casa, con amenos chismecillos incluidos: "Resulta que la Matildita vivía acá a la vuelta, en la calle Yerbas Buenas"¿Qué Matildita?, preguntamos.

Se trata nada menos que de la Urrutia, la musa de Neruda, con lo que Chillán queda como un lugar pródigo en esta especie de mujer. Hilda May, la segunda mujer de Rojas, fallecida en 1995 también oriunda de esta localidad, suscitó poemas varios en uno de los cuales, llamado "Paráfrasis", el hablante lírico declara: "Mi amor lo duermo en palisandro con mi desnuda/en el destierro, una sábana/ por cristal encima;/a yegua/ fragante de Faraón la he comparado/ por las piernas largas de su vuelo,/alados los tobillos/ sin más ajorcas que el diamante/finísimo el frescor, veloces/ los dos besos de sus pies;/a yegua/ fragante de Faraón la he comparado".

Y volviendo a Matilde Urrutia. Agrega Gonzalo Rojas que su padre traficaba de a caballo y con mercancías entre Chile y Argentina y que su hermano, Luis Urrutia, tenía una fábrica de ataúdes en Lebu: "Ella era una mujer de la tierra, de mi pueblo precioso, hacendosa era la Matilde, cocinera y después de La Hormiga, a esa tierra fue a lo que volvió Pablo".

Dragón en viaje

Pasamos a almorzar. Empanadas y cazuela riquísima. Después, siesta y sesión de fotos. La casa tiene muchas piezas, muchas camas, muchos espejos y siete salamandras. Proponemos hacer algunos retratos sobre la famosa cama china con espejos que se trajo el poeta de cuando le tocó ser agregado cultural en Beijing, y allí se tumba.

–Esa pasada por China, ¿le sirvió para afinar alguna intuición?

La mirada sobre el tiempo. Yo vi que esos cinco mil años de vida viva no eran los plazos de una dinastía. Los jesuitas en el siglo XVII intentaron convertir a los chinos: a los chinos no los convierte nadie. Es un planetoide autónomo que gira sobre sí mismo. Cuando quiere cristianismo, lo quiere y después se lo saca, y cuando quiere marxismo, también lo aprovecha y después sigue el baile.

–En la cronología de su Obra Selecta se informa que usted habló como dos horas con Mao Tse Tung. ¿cómo estuvo eso?

Sí, hablé como una hora y media con el Mao. El monologó más bien y yo pude colar algunas preguntas con intérprete. Latas, latas. Pero fue muy mágico. El tipo irradiaba lo suyo: yo no me pude dormir esa noche.

–Y en el horóscopo chino ¿qué es usted?

Dragón, niña querida y en el otro Sagitario.

Encontramos que, en efecto, Rojas tiene ojos un poquito de dragón, punzantes, emotivos. También lo veremos al día siguiente amanecer a la hora del desayuno, envuelto en una bata china negra con una sarta de dragones multicolores bordados. Es entretenido Gonzalo Rojas y su modo de hablar es muy único. Tiene la voz grave y melodiosa, respira las palabras, las saborea y las reinventa.

Cuando vamos saliendo hacia Lebu por la nueva carretera que va hacia Concepción, él dice, para definir en algo a Chillán, que "tiene ángel musical y talabartero" y cuando atravesamos el Biobío que, como todo en Chile, se está secando, recuerda que en su tiempo de juventud ese río era "enredado, abundante, lagartoso".

Reniñez, vagamundo, transver, pacienciar, desnacer, callamiento, rehallazgo, dulcedumbre son parte del elenco de vocablos frecuentes usados por Rojas, quien curiosamente fue tartamudo de chico y no aprendió sino hasta muy tarde a leer. A la altura de Lota el poeta habla sobre el "feísmo" chileno que a él le gusta porque está "por encima de la proporción áurea". Lo considera un ingrediente importante en el arte de acá y pone de ejemplo a Pablo de Rokha "el primer desmesurado, lúgubre, desarrapado, temerario en eso de decir el mundo desde el barranco".

Vamos por las cuestas de Chivilingo y Marigüeñu: "Aquí son puras batallas de indios que sabían cómo enterrar sus lanzas y ese niño Ercilla anduvo por ahí por Cañete en su caballito". Se define él mismo como un lafkenche, un indio de la costa, y cuenta de la Cuchepa, una mapuche que le dio de mamar: "Mi madre era abundantosa, tenía bella leche de progenie española, pero como éramos tantos no le alcanzaría. Entonces esta india que se llamaba Josefina y a la que nosotros le apretábamos el nombre (Cuchepa), nos alimentó a mi hermano Jacinto y a mí."

A la altura de Laraquete y al constatar que estamos a 10 de enero, se acuerda que es la fecha exacta de la muerte de Vicente Huidobro. Rojas no perteneció a su corte pero tuvo amistad con él y como poeta lo valoró sumamente.

Estando Vicente cerca de morir, ya al final, cuando entró en una pequeña recuperación del habla, dijo despacio, muy suave, esa frase tan linda: "Espejo que no tiene reflejo". Es que las frases de moribundos suelen ser muy fenomenales y yo puse ésa en un poema mío.

–Y en ese poema suyo, "Almohada de Quevedo", usted trata a la muerte como a su musa y la llama "mi perdedora" y "tórtola occipital".

–Es que a la muerte no hay que verla como a una adversa: si nace con uno. De repente estamos aquí y de repente no estamos. Eso es todo. ¿Quién se me muere? Casi nadie de los que he amado, poetas o personas que quise de veras. En cambio se me mueren señores con los que no tengo nada que ver y que dicen que están vivos.

También hay en sus poemas alguna que otra mención al suicidio ¿qué opina de una decisión como ésa?

Es una apuesta mayor no descartable y tiene una cosa airosa. En un poema mío que escribí cuando viví en Valparaíso está la niebla y a ésa la llamo yo "ánima del suicidio. A la niebla encima del mar, a la niebla que no es la niebla nebulosa no más, sino la niebla de todo: mental, moral, conceptual y que no es agua ni mero aire, pero que sin embargo está ahí, en una opacidad con resplandor. Llegamos a la hondura de Lebu.

La musa esquizo

Diremos que acompañamos al poeta a dejar claveles rojos a la tumba de su padre, que pasamos por la casa de Natalia, una rusa que cuando Rojas la saluda y le pregunta cómo está, contesta: "Bueno, tú sabes: Lebú no es Moscú". También nos condujo el poeta hasta la Cueva de Benavides, un lugar de cavidades muy fieras en la roca y al muelle de su infancia desde donde se lanzaba de un solo piquero al gélido mar del Golfo de Arauco. La pobreza, la pobreza de Lebu, según Rojas "sigue igual que en tiempos de Baldomero Lillo".

A continuación, parte de la conversación que se originó la noche del 11 de enero.

–Cuando se escribe, ¿se sabe lo que se está escribiendo?

No se sabe mucho y cuando escribes desde donde no sabes se produce el instante precioso, porque lo estás haciendo desde el enigma. Yo creo que hay que ir todavía más lejos, a la idea de Wittgenstein que dice: "casi todo es otra cosa". Nada es tan de uno y el "casi" es clave. Entonces ahí está la gracia de mi pequeño poema que se llama "Al silencio", cuando el poeta dice al final "y casi eres mi Dios y casi eres mi padre". ¿Sabes cuánto tiempo me tomó descubrir esas tres líneas últimas? Meses.

Es que usted es un romántico, en el sentido de que le hace caso a las señales del inconsciente: como los alemanes, como Hölderlin, que a usted tanto le gusta.

Sí, absolutamente romántico y el romántico es fragmentario. El modo mío de pensar es la dispersión, porque no le tengo miedo a la incertidumbre.

¿A quiénes diría usted que se contraponen los románticos?

A los sesudos señores que están sacando cuentas siempre con las precisiones y las claridades y no aman el riesgo. Le tienen miedo y prefieren las pautas ordenadas y tranquilas y ahí entra la costumbre que te costumbriza y te matrimonea.

Entonces un romántico, finalmente, ¿qué es?

–El romántico es un rajado, niña. Es fino y rajado al mismo tiempo y a mí me funciona de esa manera el juego de ver el mundo. Porque el lenguaje mío tiene la vivacidad y la pulcritud de

quien lo maneja con destreza pero, al mismo tiempo, hace estallar la sintaxis.

–El amor proporciona la capacidad visionaria en la poesía pero también se acerca un poco a la locura…

¡Adoración mía, la locura! ¡Desde luego! Estar loco amor quiere decir que eres tocado, modificado por el otro y eso no es ninguna novedad. Es lo que dijo el San Juan de la Cruz:

"Amada en el amado transformada". De lo único que uno vive es de ese trastorno prodigioso del ser, y fíjate que a mí no me ha gustado nunca una mujer que no tenga un grado de eso. No se me da la belleza, por perfectísima que sea, si no existen esos átomos de vibración distinta.

–¿A qué se refiere?

A que a mí me han gustado –y tengo que hablar muy concretamente– las muchachas que han tenido una dosis, un gradito de locura. Me gustan las mujeres con una pifia, con una errata.

–Una que sea un poquito bizca, dice usted.

Claro. O que tenga las patitas un poco arqueadas. Eso, por ejemplo, es muy lindo. Eso es lo distinto, lo portentoso. Y que tenga arqueado un poquito el pensamiento también.

–¿Existe una mujer que usted ame hoy?

Alguna amiga he tenido, alguna niña señora. Uno siempre está en el gran juego del Eros. No soy un desencantado como el Cioran y creo más bien, como lo ha dicho mi poeta querido, español

del XVII: "Nada me desengaña/ el mundo me ha hechizado". Me gusta el hechizo que la mujer ejerce. Pero ¿cuál hechizo? El hechizo-esquizo: me inclino por la mujer que tiene su laberinto.

Porque ésa es toda la gracia de ustedes niñas queridas: que son enigmáticas. Y, en algún grado, ésa es la clase de mujer que me ha buscado. Porque no somos nosotros los que elegimos

mujer, es la mujer la que elige al hombre. Eso está claro.

Entramos al terreno de las musas: de modo que existen.

Pero, por supuesto. Ahora, uno agranda el juego también. A veces no es para tanto.

–Parece que una condición de la musa es el que sea huidiza.

Huidiza. Se marcha la chica y el bandido del poeta lo sabe.

–Porque si la musa se aguacha y se queda ahí cocinando se acaba todo.

Ahí la musa se musea.

Tras su libro La miseria del hombre, se distingue como musa a María, que fue su primera mujer.

Es cierto, ese libro está todo traspasado de ella. Tan grande fue la presencia de esa mujer sigilosa, porque no conozco una muchacha más callada que ella. Desde su silencio, desde su prodigio de todo, hasta de parir un hijo, me dio a mí lo visionario, la gran visión de mundo.

–¿Cómo nació el poema "80 veces nadie" con el que usted festejó sus ocho décadas?

Como una ráfaga. Ahí esta el alma mía y la abolición del tiempo. ¿Cómo le voy a creer a la palabra 80 sólo porque tengo unas arruguitas por acá, si está funcionando el animal? Todo se me da desde el Eros y finalmente lo que hago es que animalizo el espíritu y espiritualizo al animal. Eso es todo.

¿Podría ser que ese estado de disponibilidad emotiva y erótica tuviera que ver con quedarse en un estado de infancia perpetua?

Un poeta, me parece a mí, es alguien en el cual perdura la infancia. Creo en las pubertades cíclicas. Así entiendo yo el juego mío: viejo como estoy, vivo algo que he llamado mi reniñez.

–A propósito del espíritu, una de las vetas de su poesía es justamente lo sagrado.

¿Hay algo en usted de religioso?

–Soy religioso en el sentido hondo, en el sentido de religare. Claro: yo creo en el misterio.

–Usted habla mucho del "zumbido" como una dimensión de su poética. ¿Qué es lo que zumba?

–Zumba la naturaleza, como zumba el viento, como zumba la abeja. El zumbido es más que el sonido para mí, va más allá de lo fónico: es una extensión del gran diálogo de las cosas con las cosas. Todo está hablando, todo dialoga: esta gorra con ese arbol, este vaso con los anteojos. Lo que hace el poeta es descubrir y amarrar el zumbido que las cosas tienen.

¿En que trabaja hoy?

–Sigo con mi poesía. Además estoy trabajando en mis memorias: que mis hijos se encarguen de publicarlas y hagan lo que quieran. Son miradas, visiones fragmentarias, siempre cultivando

la dispersión, como me gusta.

El niño Gonzalo

Al revisar la infancia de Gonzalo Rojas para buscar en ella los gérmenes de su poesía, hay algunos episodios que a él siempre le gusta consignar. Tendría unos 6 años "era de noche, llovía muy fuerte y empezó a sonar la cohetería del cielo que amenazaba con volar la casa, cuando mi hermanito empezó a gritar: relámpago, relámpago…"

La sonoridad y el misterio de esa palabra esdrújula lo impresionó "todavía más que esa fosforescencia portentosa": había entrado en él la potencia del verbo. Dos años antes había muerto su

padre, Juan Antonio Rojas, minero del carbón: "En las minas se trabaja muy duro, con el agua hasta la cintura, entonces no es raro que muriera a los 40 años a raíz de una dolencia renal muy honda.

Eso lo fue martirizando. La humedad, el enfriamiento pavoroso de los pirquenes inundados". Su madre, Celia Pizarro, una vez viuda, se trasladó con sus siete hijos a Concepción. Arrendó una casa en la calle Orompello, la convirtió en residencial para estudiantes y gracias a ese dinerillo se aseguró mínimamente el sustento dentro de "una pobreza acomodada, que es la pobreza más pobreza de todas las pobrezas". Consiguió becas para todos los niños y Gonzalo fue a dar a un exigente internado. Allí se usaba que, parado sobre una silla, uno de los alumnos leyera en voz alta en el refectorio durante la hora de almuerzo. Rojas, que era tartamudo y que venía llegando de un pueblo perdido, no podía pronunciar las palabras que empezaban con p, q y t porque se asfixiaba.

Entonces, de puro urgido y para evitarse el escarnio de sus compañeros cuando le tocaba subirse a la silla, empezó a reemplazar los sonidos que le resultaban imposibles por otros más aireados, descubriendo un juego liberador que oscila "entre el murmullo y el estallido" y que se convirtió en el fundamento de su poesía.

Sus libros

En su obra, el poeta asimiló influencias de autores clásicos, de los místicos españoles –en especial de San Juan de la Cruz– y luego de los poetas románticos alemanes, de los malditos franceses y de los surrealistas. Publicó tarde. Su primer libro, La miseria del hombre, apareció en 1948 y actualmente está siendo traducido al francés por la editorial Gallimard. Después vinieron Contra la muerte (1964), Oscuro ( 1977), Transtierro (1979), Del relámpago (1981), El alumbrado (1986), Materia de testamento (1989), Desocupado lector (1990), Las hermosas (1991). Para los que quieran acercarse a Rojas recomendamos la adquisición de Antología de aire, editada por el Fondo de Cultura Económica, y Obra selecta, publicada por la Biblioteca Ayacucho

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