Paisaje íntimo de Patricio Fernández

El cuarto libro del director de The Clinic es un diario personal escrito entre enero de 2009 y octubre de 2012. Textos que arrancan con la coincidencia del fin de su matrimonio y el ocaso de los gobiernos de la Concertación, y se pasean entre la intimidad y un Chile frente al cual Fernández se muestra tan crítico como maravillado. De ese proceso, de su mirada sobre el país, de sí mismo y las mujeres trata esta entrevista.




Patricio Fernández (43) es vecino del barrio Pedro de Valdivia Norte. Las verduras las compra Donde el Leo, las otras cosas de la casa, en el supermercado Diez, y el vino y los cigarrillos, en la botillería de la misma cuadra. Durante un par de años, ya separado (tiene dos hijos de 12 y 10), vivió en la Plaza Padre Letelier, en los departamentos de ladrillo rojo, donde se asomaba por el balcón para ver transcurrir las horas y sus personajes. En la mañana, el jardinero; a mediodía los estudiantes de Lo Contador; a la hora de almuerzo, los oficinistas; en la tarde, los niños con sus mamás o nanas.

Hace pocas semanas reconquistó lo que en buen chileno se llama "el sueño de la casa propia" y se instaló en una del mismo sector. Una casa de tres pisos sencilla en su puesta en escena y exuberante en intereses. Una enorme biblioteca, arte chileno contemporáneo, una cocina integrada al comedor, donde les cocina a sus amigos. Y el jardín; unos pocos metros que contempla con devoción. "Ese es un magnolio que cuando llegué estaba lleno de flores". "Ahí está el zorzal que tiene su nido en las enredaderas". "Si quieres una agüita, al fondo, donde termina el pasto, tengo unas mentas". Lo que pasa en ese jardín es lo único que distrae a Fernández. Ni el celular que suena insistente logra el mismo objetivo. Fuera, pero como si fuese suyo, desde su pieza en lo más alto, se ve majestuoso el San Cristóbal que mira y recorre. De hecho, viene llegando del trayecto que hizo penetrando sus senderos desde Bellavista hasta Avenida El Cerro. Ese es el paisaje íntimo del director de The Clinic y panelista de Desde Zero, que cada mañana parte en bicicleta o caminando a la radio y luego a su oficina de calle Merced. Este Patricio Fernández no calza con su fama de bueno para la noche, bueno para el bar. Porque aunque sí, a Fernández le gustan la noche y el bar, funciona en un sistema definitivamente más cercano a la luz que a la oscuridad; donde circula más aire fresco que olor a pucho.

Hace unas semanas lanzó su cuarto libro, La calle me distrajo. Diarios 2009-2012. Más de 60 textos de variada extensión, con el día y año en que fueron escritos –algunos publicados en medios chilenos y extranjeros, otros inéditos– que recorren tantos temas como vivencias: desde su separación matrimonial, los café con piernas, su experiencia con la ayahuasca, los viajes por Chile, el terremoto, la política, el triunfo de Piñera, el rescate de los mineros, las muertes de Felipe Camiroaga y Amy Winehouse, las manifestaciones ciudadanas, Karadima y una feroz carta que nunca envió. En todas esas páginas se escucha la voz de Fernández, un tipo conmovido por Chile. Un tipo que frente a la naturaleza le tiemblan las rodillas. Un hombre para quien las mujeres son especialmente significativas.

"Me he alejado del hueveo literario que es tóxico, aburrido y no especialmente inteligente. Una farandulilla pobre".

¿Por qué le dedicas tu libro a tu madre?

Porque, citando la letra de Violeta, me ha dado tanto, partiendo por la vida. Ha sido muy generosa, me ha acompañado sin ser intrusa, ha sido siempre un apoyo. Creo que somos amigos. Me cae bien.

Hay otras mujeres en el libro: mencionas a tu ex mujer, homenajeas a tu hija, están tu abuela y amigas, y hablas de Bachelet. Son más protagónicas que los hombres.

En el tiempo en que transcurre este diario me he refugiado en ellas, ellas me han cuidado. Las he descubierto. Con las mujeres se logran diálogos con niveles de honestidad mayores que con los hombres, porque puede haber una comunicación sin palabras. Es el erotismo o lo que sea, pero ahí es muy difícil mentir. También creo que se debe a que las mujeres están ligadas a la naturaleza: menstrúan y les cambia el carácter y les pasan cosas. Eso ya las vuelve inquietantes. Son, además, poseedoras de un saber, difícil de formular. Eso me cautiva.

También tenemos fama de histericonas. ¿No te damos susto?

Ya no. A veces son cansadoras, porque son muy intensas. Todo lo amplifican. Fácilmente las cosas se transforman en drama. Lo veo en mi hija. Les cuesta dejarse acontecer, se ponen controladoras. Pero me gustan.

¿Ves felices a las chilenas?

Lo digo en el libro: Santiago está lleno de mujeres solas. Me impresiona la soledad de las mujeres respecto de los hombres. Hay una ecuación muy injusta en la relación hombre mujer y es que las mujeres conocen al hombre con que están mucho más que ellos a ellas. Los conocen como conocen a sus hijos y tengo la sensación de que rápidamente en sus parejas desaparece el misterio. El hombre no las conoce para nada, porque no se interesa mayormente en su misterio. No hemos aprendido a ponerles la suficiente atención. Históricamente el hombre ha sido siempre protagonista.

La consideración a la mujer es muy reciente.

Así es, pero una mujer que no se da cuenta de las conquistas que han tenido es una amargada. Dos ejemplos: está todo Chile esperando que se pronuncie una señora, la Bachelet. En las últimas elecciones municipales las comunas que se le quitaron al autoritarismo, la más emblemática Providencia, fueron conquistadas por mujeres.

Pero persisten las tensiones entre los roles.

A mí no me resulta malo que una mujer se quede en la casa si es que esa relación con el hombre que sale a proveer es justa y respetuosa. Yo creo que existen roles de hombres y de mujeres. Me resulta claro en la seducción. Una mujer avasalladora no sabe seducir. La mujer seductora, la que hace que el otro entre, y esto también podría explicarse biológicamente, hace que el otro venga a ella. El rol seductor de la mujer consiste en ser atractiva, no en ser invasiva. Durante mucho tiempo nos hemos olvidado que somos animales.

"Con las mujeres se logran diálogos con niveles de honestidad mayores que con los hombres, porque puede haber una comunicación sin palabras. Son, además, poseedoras de un saber difícil de formular. Eso me cautiva".

Creemos que todo es cultura.

Mansa exigencia andar de atractiva por la vida. Sí, y es muy injusto con las mujeres que, especialmente ahora que las expectativas de vida son mayores, los hombres tengamos más plazo. Un hombre de 50 años puede aspirar a mujeres que van desde los veintitantos hasta la edad que quiera. Ese es un hecho de la causa.

Cómo vive un hombre la separación.

No sé si puedo hablar de los hombres, pero yo la negué durante un buen tiempo. Otros veían en mí el dolor que yo no veía. Me separé y dije chao pescado, vamos a hueviar. Durante un rato, la calle me distrajo hasta que me di cuenta de que hubo cosas que no hice bien. Eso es lo que me han enseñado las mujeres con las que me he hecho amigo en todo este tiempo. La única conclusión que saco es que no creo en una relación duradera sin amistad. Ahora me cuesta mucho imaginar una vida con otra persona. Capaz que cuando viejo. El viejo solo puede ser una cagada.

La pareja es, quizás, una apuesta hacia la vejez. No quedarse solo.

Yo creo que sí. Alguna vez me imaginé que el amor era sinónimo de tiempo juntos. Hoy no estoy tan seguro. Creo que también existen amores, sucesivos, y ojalá enamorarse de manera distinta, porque en el caso de que se repita el mismo circuito, puede ser más monótono estar con muchas mujeres que con una.

Para saltarse las autorrepeticiones, buenas son las terapias.

Sí. Y de hecho ahí hay un punto que debiese haber desarrollado más en el libro. En ese periodo terminé un sicoanálisis de doce años, tres veces por semana, y lo terminé no cuando cambié, sino cuando me relajé. Habitaba con varios yo que siempre se estaban examinando unos a otros. Pensaba que ese era un problema grave, que incluso me impedía enamorarme de verdad. Y me di cuenta de que no. Que esas voces podían convivir. Fue ahí que el narrador y el otro yo se hermanaron.

La mutación de Fernández

Abres el libro con tu separación matrimonial y en la página siguiente hablas de Santiago Centro y luego de la actualidad chilena. Eso marca el tono: todo pasa por tu emocionalidad.

Lo que escribo por trabajo, siempre lo he escrito en el mismo tono emocional en el que me puedo sentar a escribir un cuento o un poema. Si hago una editorial o artículo para una revista, me siento a escribir literatura. Y al cabo de un tiempo me di cuenta de que venía escribiendo una serie de cosas que tenían algo en común: yo. Ese yo puede llamarse una voz. Cuando junté esos textos perdidos en distintos archivos, me di cuenta de que coincidían con el fin de la Concertación y el fin de mi matrimonio.

Dos duelos que coinciden.

O dos etapas cumplidas. Rechazo la queja. Más bien me interesa saber qué pasa cuando las cosas cambian.

Tus libros anteriores se instalan no solo en el terreno de la literatura, sino también en una intelectualidad. Ahora apuestas por "la primera persona del singular".

En Los nenes, que es una novela sobre una pandilla de nenes en torno a un escritor viejo, no me metí lo suficiente y ese es quizás su error. En esa novela soy el espectador de un grupo del que formo parte, pero son otros los que se ven, no yo. Esta vez, en este nuevo libro, sí me metí. El país del que hablo soy también yo. Y coincide que en el tiempo en que transcurren estos diarios, Chile me ha gustado mucho, me ha interesado conocerlo, quizás porque ha sido también un reconocerme. Lo que producen las crisis es que uno se pone a buscar, sales del lugar seguro para irte al descampado.

Estudiaste Literatura, Filosofía e Historia del Arte, pero en el libro te declaras reportero, ni siquiera periodista.

Crecí considerando el periodismo como una vulgaridad. Pensando en que el escritor pertenecía a otra categoría humana, tenía un alma mejor, percibía los secretos del mundo a los que esos pobres profesionales periodistas no accedían. Y pasó que aprendí, con personas que he conocido y de libros que he leído –Jon Lee Anderson, Kapuscinski, Capote y muchos otros– que el corazón de esos textos está en el reporteo. No se trata de ir solo a mirar diez minutos. Eso es cubrir una noticia. Con reportero me refiero al que mantiene viva la curiosidad, al que va dispuesto a cambiar de opinión. Hoy habito la calle.

¿Sigues perteneciendo a un grupillo literario?

Me he alejado del hueveo literario que es tóxico, aburrido y no especialmente inteligente. Una farandulilla pobre.

En el libro le das varios palos a la elite de la codicia, la que hoy sufre por los abusos de Karadima, la que arrasa con la naturaleza.

Me refiero a una elite; la de la seudoaristocracia. Creo que casi todas sus enfermedades son producto de su enclaustramiento. Y ese es precisamente uno de los temas que debe solucionar este país. Nunca en Chile hoy, un rico se encontrará en un bar con un tipo de Conchalí. La mayor parte de los ricos conoce a los pobres como empleados. No vive la experiencia del amigo. Se farrea la posibilidad de conocer otras vidas. Y en ese pequeño club se producen todos los vicios de los pequeños clubes, como la pedofilia. La naturaleza es algo por explotar, le llaman recursos naturales, una fuente de riqueza, no de belleza.

Tú también eres parte de una elite.

Lo soy. Soy director de The Clinic, converso con gente que tiene injerencia en las determinaciones del país, he conocido a escritores y rockeros importantes de Chile. He tenido la ocasión de pasearme por varias elites.

¿En cuál te sientes más cómodo?

En el paseo de una a otra. Lo que me interesa es conversar, conocer al otro.

Enamorado de Chile

¿Qué te conmociona o te duele de Chile?

Chile no me duele. Me maravilla. Lo que pasa es que a veces lo que encanta duele. De hecho, si hay una buena razón para no enamorarse es evitar el dolor.

¿Qué es lo que te maravilla?

Somos un país que se está moviendo, que ha sofisticado sus demandas. En 1988 estábamos peleando por el fin de una dictadura, por poder elegir a las autoridades y que los militares no torturaran ni mataran. En 2000 no había ley de divorcio. Por esos años dejó de ser delito la sodomía, que impedía una relación adulta entre hombres. Hoy debatimos sobre el matrimonio gay. Las noticias del último tiempo sobre las empleadas domésticas han develado una injusticia que no es nueva. Hoy asuntos terriblemente injustos, de una sociedad abusiva y patronal, están mostrando la hilacha.

No falta el que dice que en Chile no pasa nada.

Está pasando todo. No sé quién es capaz de ir a todos los eventos culturales que hay. Lo mismo con los conciertos, con los mismos músicos que tocan en Berlín. No hay bolsillo que aguante, pero lo impresionante es que los recitales se llenan. Acaba de hacerse Puerto de Ideas, donde había una sarta de personajes, entre ellos Savater. Y está lo que se ha llamado movimiento social. Cuando se juntan los indignados en Madrid se reúnen cinco mil personas. Los Wall Street Occupied eran mil tipos. Aquí ha habido varias veces y mes a mes marchas de más de cien mil personas. Hubo un día en el que convivieron tres marchas: la de los zombies, con diez mil personas; los católicos con otras diez mil; y diez mil que solidarizaban con los indignados.

Reflexionas sobre la ausencia de una identidad chilena.

En Chile hay culturas que nos antecedieron, ahí están los mapuches, los aimaras, etc, pero ellos no son los chilenos, ni Chile. Es una parte de este país. Sobrevalorar un pasado que es interesante e importante, opaca el mirar lo que está sucediendo en el presente. No podemos compararnos con los peruanos, ni Santiago con el Cuzco, pero ahí hay una posibilidad: pensar en qué país queremos construir. Todos podemos ser cualquier cosa y eso es muy liberador.

¿Cuáles son los grandes temas pendientes?

La concentración del poder, no solo el poder de la plata. Hablo también de que algunos sigan teniendo la posibilidad de comandar la vida de otros y no aceptar al otro como un igual. No puede haber restricción a ese amor y admiración por el otro. Esa es la infinita tarea de la democracia.

¿Idea mía o en tu discurso se cuela tu experiencia con la Iglesia, esa del trabajo social?

Creo que sí. Ese fue un momento crucial en mi vida, cuando alguna vez, yendo a confesarme en el colegio, el Verbo Divino, donde llamaban a todos estos curas que estaban en las poblaciones a sanarnos la conciencia a nosotros los pijes, me tocó uno al que le confesé mi incomodidad frente a la injusticia que se vivía en Chile. Me invitó a su casa en una población callampa en La Florida, donde me quedaba a alojar, conocí las ollas comunes, vi los allanamientos, íbamos a los basureros de los supermercados a sacar las frutas y verduras podridas para rescatar lo que servía. Ese ha sido el viaje más grande que he hecho en mi vida.

Pareciera que tuvieras algo de justiciero. Una suerte de Robin Hood.

Robin Hood no, pero sí es la búsqueda de una ética que pretende pararse de igual a igual con la de aquellos que se han manifestado históricamente como los dueños de la moral. En qué consiste esa ética es lo que no me resulta fácil de describir. Se me ocurre la frase de San Agustín "ama y haz lo que quieras". Lo otro es totalitarismo y autoritarismo. Es lo que lleva a encontrar malo que un hombre se enamore de un hombre.

¿Esa es una plasticidad adquirida dado que creciste en un mundo conservador?

A grosso modo sí y ahí aparece mi abuela Paulette, que murió hace poco y a quien menciono en el libro. Ella no aceptaba que se instalara tan fácilmente una verdad en su mesa. Le interesaba más la conversación que la conclusión.

Te interesa la política. ¿Te gustaría entrar en ese terreno más activamente?

Ni lo pienso. Me gusta hacer política desde The Clinic, la radio y lo que escribo. La política me encanta porque me interesa cómo convivimos los seres humanos. Eso es la política: un juego precioso donde todas las fuerzas humanas se ponen en movimiento.

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