Papá, nada es tu culpa

En esta entrevista, la hija mayor de Eduardo Bonvallet, Daniela, revive las últimas horas del comentarista deportivo, recuerda su figura protectora, cariñosa y polémica, y con calma responde a las palabras que encontró escritas por él pocos días antes de morir.




Paula 1184. Sábado 10 de octubre de 2015.

Después de la muerte de su papá, Daniela Bonvallet metió todas las cosas que ocupaban la pieza del hotel Nogales en bolsas plásticas y se las llevó a su casa. Entre ellas, varios cuadernos. Hace unos días, tomó uno al azar para anotar un número de teléfono. Uno de tapa naranja y espiral. Lo abrió y leyó algo que su padre había escrito a mano en una de sus páginas: "todo es mi culpa".

Una llamada telefónica despertó a Daniela el viernes 18 de septiembre. Feriado, sus hijos Martín y Luciana, de 7 y 4 años, estaban a cargo de su ex marido, por lo que el plan era dormir hasta tarde, ver Narcos, la serie de Netflix, y más tarde ir por un "terremoto" a alguna fonda junto a su pareja, Alejandro, quien venía llegando de Estados Unidos. Aunque lo que más quería para ese día, y todo el fin de semana largo, era descansar. Estaba agotada de la presión que sentía frente a la tristeza que golpeaba a su papá. Ambos se habían separado de sus respectivas parejas hacía un año y compartían los altos y bajos de esos y otros dolores. El mismo tiempo llevaban trabajando juntos; ella como su asistente y ayudándolo a organizar las charlas motivacionales que él daba en empresas. En los últimos doce meses la relación hija-padre se había vuelto especialmente estrecha.

Su papá la tenía preocupada. "Estaba errático, sin energía y, por primera vez, me había confesado que su cabeza no estaba funcionando bien. Le propuse llevarlo a hacerse una cura de sueño en un centro especializado. "¿Me va a quitar la pena?", me preguntó. Yo le respondí que lo iba a ayudar. También hablamos del alcohol, de que si bien un trago lo podía ayudar a pasar una mejor noche, al otro día amanecería con más pena. El 17 de septiembre partí a buscarlo al hotel Nogales, desde donde emitía el programa de radio y vivía desde su separación con su tercera mujer, María Victoria Laymuns. Pero cuando estaba llegando me llamó para decirme que se había arrepentido, que estaba mejor, que no me preocupara y que en la recepción me había dejado una plata para mi hermana chica, la Amalia (10), para que pudiese comprarse la muñeca que le había pedido. Tomé la plata y me devolví. Quedamos en que yo me desconectaría por completo hasta el lunes y que ambos aprovecharíamos de descansar. Me preocupé de que en el hotel le dieran sus Cola-Cola Light, las jaleas y los quequitos que tanto le gustaban. De hecho, al día siguiente, cuando pasó lo que pasó, todo estaba sobre una de las mesitas de la pieza".

El celular de Daniela sonó cerca de las 10 de la mañana de ese 18 de septiembre. Era el periodista Cristián Peñailillo, colaborador y amigo del comentarista deportivo. Su voz se notaba alterada. "Algo anda mal", pensó: una nueva polémica, una pelea, algún nuevo fantasma acechando la cabeza de su papá. Todo podía ser, pero Peñailillo no explicitaba qué. Irritada, Daniela colgó. Unos segundos después, el celular de Alejandro alertaba a través de un WhatsApp "tu suegro murió" y el teléfono de Daniela volvió a sonar.

Esta vez, un número desconocido, pero con una voz familiar: "Dani, soy la Marce, tu papá murió". Era su amiga, la diputada Marcela Sabat. "Por qué me haces esto, por qué me llaman para algo así", alcanzó a gritar antes de volver a colgar, sin saber con certeza si lo que había escuchado era cierto y si la voz era la de Sabat. Dio unos pasos hasta el baño, vomitó y se desmayó.

Eduardo Bonvallet, 60 años, su padre, su protector, su compañero de trabajo, el abuelo cariñoso de sus hijos, su gurú, se había quitado la vida unas horas antes. La noticia ya comenzaba a circular en los medios y redes sociales. Como pudo, se vistió y partió al hotel Nogales. Aunque le recomendaron no entrar a la pieza, no dudó. Su papá estaba en el suelo, boca arriba. "Parecía estar durmiendo, tranquilo, como cuando dormía siesta", dice. Se tendió junto a su cuerpo, lo abrazó, le hizo cariño, lo besó y lloró. "Lloré tanto que dejé toda su carita bañada en mis lágrimas". A su lado estaba su hermano Jean Pierre.

Dos semanas han pasado desde entonces. Daniela llega al Tavelli de Las Condes, un lugar que él solía frecuentar hasta que se trenzó a golpes con Carlos Caszely. La gente la mira, un par de personas la saludan y comentan anécdotas de su papá, le ofrecen cigarrillos y la tratan con dulzura. Allí comienza esta entrevista, pero el lugar se hace incómodo para hablar de algo tan doloroso. "No hay lugar para hablar de esto", dice, y elige el estacionamiento de una bomba de bencina para continuar. "Sigo en shock.

Hoy en la mañana le mandé un WhatsApp para saludarlo y me quedé esperando su respuesta. Durante el día logro funcionar, tal vez obligada por los niños, pero se oscurece y aparecen la angustia y el llanto. He soñado todas las noches con él. Anoche soñé que se aparecía en mi pieza y cuando se acercaba yo le decía, 'tú no eres mi papá. Muéstrame tu anillo, y se alejaba'", cuenta. De pantalones negros y polerón, Daniela, de 37 años, lleva la cadenita con un Cristo y el reloj que usó siempre su padre.

¿Qué ha significado en tu vida ser la hija de Eduardo Bonvallet?

Para mí era todo. Era muy presente y protector. Me protegió toda su vida.

¿Cómo te protegía?

Hay una imagen que jamás voy a olvidar y que me marcó para siempre. Yo tenía 5 años, vivíamos en Estados Unidos, no tenía ninguna amiga y en el colegio ni siquiera me hablaban, porque tenía el pelo negro. Era mi cumpleaños e invité a todos mis compañeros de curso, pero no llegó ninguno. Lloré y lloré sin consuelo. Fue tremendo para mí. Para que me pusiera contenta, mi papá acondicionó el garaje: le puso pasto sintético e hizo el mundo de las Barbie. Me compró todas las Barbie que puedas imaginar. Y, como nadie quería jugar conmigo, todos los días, después de entrenar, partíamos los dos a jugar con esas muñecas. Se tiraba en el suelo y jugábamos durante horas.

Prende un tercer cigarrillo y sigue: "fue la primera vez que sentí que él me iba a proteger siempre. Así fue. Me protegió de todas las formas posibles. Desde pedirme que no dijera ciertas cosas para no recibir una respuesta agresiva, hasta no contarme algunos de sus problemas para que no me preocupara. Muchas veces me sentí invadida con tanta protección y a la vez viví protegiéndolo".

"Jamás pensé en que mi papá se quitaría la vida. Sabía que estaba atormentado y el último día que hablamos lo reté, le dije 'papá, basta, llegó el momento de salir adelante, basta con el tema de la separación', y él me dijo 'tienes razón, pero tengo mucha pena'".

¿De qué tenías que protegerlo?

En el último tiempo de su tremenda tristeza de haberse separado, de no vivir con sus hijos, aunque podía verlos cuando quisiera, y de que estaba muy cansado de pelear. Mi papá veía la vida como una guerra: estabas con él o en su contra. Yo le decía que la vida tiene matices. Cuando fue a Vértigo y se enfrentó con Giorgio Jackson (mayo de 2015, cuando cuestionó los montos de la dieta parlamentaria), le dije que no era la forma y me colgó el teléfono. A mí era la única que escuchaba, entonces yo sentía gran responsabilidad.

Eduardo Bonvallet, recuerda su hija, no solo veía la vida como una guerra. También jugaba a estar siempre al límite. "Eso le permitía sentirse vivo. Una vez lo metieron preso por injurias y tenía que pagar cuarenta lucas para salir en libertad. No quiso pagar, prefirió quedarse encerrado. O, en Milán, estaba con mi hermano Jean Pierre en el bar de un hotel muy lujoso y se armó una pelea que terminó con un ventanal roto y ambos detenidos en una comisaría por haber golpeado a un policía. Lo tuve que ir a buscar".

¿Cómo era tu papá puertas adentro?

Tranquilo, callado, le gustaba la soledad. Odiaba las fiestas: no celebraba su cumpleaños, solo el santo, y se acostaba temprano en Navidad y Año Nuevo. Era muy buen lector de la historia de Chile, le interesaban especialmente las guerras. También leía biografías de grandes jugadores como Pelé y Maradona. Escuchaba música, le gustaba poner a todo volumen a Luis Fonsi, a Marco Antonio Solís y a Michael Bolton. Ahora último yo le había hecho escuchar el último disco de Vicentico y estaba pegado con una canción, Morir a tu lado. Era capaz de escucharla veinte veces seguidas. Era la canción que sonaba en su programa de radio.

¿Cómo demostraba sus afectos?

Era muy, muy, muy cariñoso. Era de tocar, de abrazar, de dar besos. Piropero con sus mujeres y tierno con sus hijos. Ya separado se fue solo de vacaciones con los tres chicos –de 9, 7 y 4– y los bañaba, les daba la comida, jugaba, los llevaba a la piscina. Si tenía pena llamaba a su mamá y se iba a acostar en su cama.

¿Cómo era con las mujeres?

Muy galante y machista. No le gustaba que las mujeres tuvieran opinión, asunto bastante contradictorio si piensas que su mamá, militante socialista, era de opiniones contundentes, hablaba de política e incluso hasta hace algunos años la invitaban a Cuba a dar charlas de socialismo. Yo creo que, como la vio sufrir con el exilio, su manera de proteger a las mujeres era intentando que no manifestaran su opinión y no quedaran expuestas.

Le dedicaba canciones a la Selección.

Sí, canciones románticas. Se las dedicaba como si se tratase de una mujer. Mi papá amaba a la Selección y soñaba con verla ganar un Mundial. Me decía: "tú no entiendes, cuando la Selección gana, la gente más humilde tiene una alegría".

¿Nunca le pediste que bajara los decibeles, que calmara el tono del personaje?

Cuando era chica me incomodaba su forma de ser, porque no faltaba el que me paraba en la calle para decirme que mi papá era un loco. Ya de grande, entendí que era el papá que me tocó y que él era feliz haciendo ese personaje. Él se sentía un Robin Hood que tenía que estar cerca de la gente humilde y denunciar lo que él creía incorrecto. Era de contestar cada uno de los cientos de mails que le llegaban con historias que iban desde separaciones hasta enfermedades y cesantía. Le gustaba ir al centro y que la gente lo saludara. Ese reconocimiento lo llenaba y compensaba sus inseguridades.

LA DEPRESIÓN, LAS DROGAS, JESÚS

¿Cuáles eran sus inseguridades?

Mi papá fue un hombre muy fuerte que aguantó la muerte temprana de su padre, el exilio de su madre, las lesiones que tuvo como futbolista y su retiro, no haber podido hacer una carrera de entrenador, tres separaciones y el cáncer. Podías escuchar que en la radio decía "soy el mejor", pero yo creo que nunca se sintió el mejor, sino que lo decía para darse ánimo, para tener fuerzas para seguir.

Se hablaba de que sufría una depresión endógena. ¿Era así?

Sí, yo supe a través de la televisión que un siquiatra lo había diagnosticado. Él lo contó en un programa.

¿Lo veías deprimido?

Desde que tengo uso de razón. Iba a trabajar y volvía a acostarse.

¿Te afectaba?

Sí, no me gustaba ver a mi papá acostado. Cuando era chica quería tener un papá normal, que no fuera famoso, que fuera a la oficina, que no estuviera triste. Él era de llegar a la casa, entrar a su pieza y cerrar la puerta para estar solo.

¿Iba al siquiatra?

A veces.

¿Tomaba antidepresivos?

Tomaba un estabilizador anímico y, creo, un antidepresivo muy fuerte, pero de manera inconstante, porque lo tranquilizaba y a él eso no le gustaba. Para funcionar bien en la radio o en la televisión, necesitaba estar eufórico, eso le permitía estar más rápido y creativo. Yo notaba cuando dejaba los remedios y le decía, "papá, ¿por qué los dejaste?", y esa era la explicación que me daba.

¿Era adicto a esa euforia?

Sí. Por eso creo que debió haber dejado el personaje. En algún momento debió haber encaminado su carrera en otra dirección, con una columna en algún diario, por ejemplo. Él era un hombre inteligente, trabajador, lo podría haber hecho muy bien. Pero necesitaba ese contacto con el público y a la vez el personaje le quedó grande. También necesitaba producir plata para mantener a la familia.

¿Se le fue de las manos el personaje?

Ya no tenía la fuerza para discutir y polemizar. Se equivocaba. Yo creo que él sintió que se equivocó con Giorgio Jackson.

"Sé que si él me viera cómo estoy, con esta pena tan grande, se arrepentiría de lo que hizo. El solo hecho de causarme dolor lo hubiese hecho arrepentirse. No sé lo que habrá pasado por su cabeza. Yo creo que en ese minuto no pensó en nada".

Tu papá venía recuperándose de un cáncer. ¿Cómo lo viste enfrentar esa enfermedad?

Con la fortaleza que no esperas de una persona depresiva. Nos preguntaba por qué lo íbamos a ver, por qué llorábamos, nos decía que ese "bicho" que tenía aferrado al estómago no se la iba a ganar. Aunque lloraba del dolor, estaba con morfina y demerol, se le cayeron el pelo y los dientes con la quimioterapia, se llevó al equipo de radio a la clínica y nunca dejó de hacer su programa. Salió adelante, pero también apareció el miedo a envejecer.

¿Le tenía miedo a la vejez?

En el último tiempo le asustaban la vejez y la soledad. Mi papá siempre fue un hombre muy buenmozo y preocupado de su ropa, de su pelo, de que sus dientes estuvieran impecables. En las últimas conversaciones que tuvimos me contó que quería arreglarse el pelo y que iba a ir al dentista. También quería hacerse un tatuaje y comprarse un Rolls Royce. Con todos esos planes, pensé que estaba bien. Pero al mismo tiempo desistió de ir a Ecuador, donde lo querían homenajear, porque no tenía ánimo, y veía que la baja en la cantidad de charlas que daba se debían a una cuestión personal contra él, aunque yo le decía que el país estaba mal económicamente.

¿Qué le pasaba con la soledad?

Había salido adelante de dos separaciones, pero con la tercera no pudo. Dejar de vivir con sus hijos y dejar la casa de Los Trapenses, que tanto le había costado tener, y donde había puesto una vida de trabajo, fue mucho dolor. Entonces ponía a la venta la casa, luego sacaba el letrero. Verse a los 60 años obligado a comenzar de cero fue demasiado para él.

¿Pensaste alguna vez en que tu papá podía tomar la decisión de quitarse la vida?

Jamás. Sabía que estaba atormentado y el último día que hablamos lo reté, le dije "papá, basta, llegó el momento de salir adelante, basta con el tema de la separación", y él me dijo "tienes razón, pero tengo mucha pena".

¿Fue feliz?

Sí, él tuvo momentos de felicidad, vivió éxitos, fracasos, vivió una vida bonita. Tuvo una vida a concho.

¿Qué piensas tú respecto del suicidio?

En términos ideológicos, creo que es una determinación que hay que respetar. En lo personal, no estoy enojada con él ni siento culpa. Nadie pudo haber evitado esto. Nadie tiene la culpa. Sí sé que si él me viera cómo estoy, con esta pena tan grande, se arrepentiría. El solo hecho de causarme dolor lo hubiese hecho arrepentirse. No sé lo que habrá pasado por su cabeza. Yo creo que en ese minuto no pensó en nada.

¿Consumía drogas?

No. Tomaba alcohol como cualquier persona: un par de piscolas y si se curaba se iba a acostar. Sé que se dice que consumía cocaína, pero mi papá despreciaba a la gente que se drogaba. Los consideraba débiles. Por eso, tal vez, no se tomaba sus medicamentos para la depresión.

¿Era creyente?

Muy. Era de ir a rezar al templo de Schoenstatt, en Campanario, y a la Catedral. Su billetera estaba llena de santitos y de fotos de sus hijos. Amaba a Jesús. Además de la cadenita que usó toda su vida, y uso desde su muerte, tenía una imagen de Cristo en su pieza que estos últimos días he mirado con otros ojos: es un Cristo triste. Creo que mi papá se sentía identificado con él y con la idea del sacrificio.

¿Te hablaba de eso?

No. Me decía: "yo no te voy a hablar de Jesús porque tú no crees en nada". A él no le gustaba la gente que no creía en nada.

Hoy, esperando enterrar sus cenizas y grabar en su lápida una de sus frases típicas, "eres monje fakir o guerrero o sencillamente te pierdes", Daniela le habla y responde a esa frase que encontró en el cuaderno:

"No, papá, nada es tu culpa. Tú me hiciste la mujer que soy, la que no le tiene miedo a nada. Hiciste feliz a tu mujer, ella se quiso casar contigo y tener esos tres hijos lindos, fuertes y sanos contigo. Tengo un hermano que esta orgullosísimo de ti. ¿Qué culpa? No tienes ninguna culpa. Estabas triste nomás".

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