Nómada

Compositora, pianista, acordeonista y cantante, a los 25 años la porteña Pascuala Ilabaca estremece los escenarios musicales de Chile con su voz dulce, que se pasea por ritmos hindúes, tangos, cuecas, cumbias o trotes andinos. Aquí se presenta.




Mi primer recuerdo musical es la emoción que sentí la primera vez que puse un casete en la radio de mi casa. Tenía 4 ó 5 años y mis padres me pillaron bailando, inspiradísima, Tiempos gitanos, de Emir Kusturica. Como mi papá es el pintor Gonzalo Ilabaca y mi mamá es vitralista, en mi casa siempre escuché mucha música, la misma que ellos escuchaban para inspirarse.

Mi primera incursión en un escenario fue a los 6 años. Teloneé a Los Parkinson, en Concón. Eran amigos de mis papás. Canté una ranchera a lo María José Quintanilla.

Janis Joplin fue mi primera influencia musical. Me gusta el trabajo femenino en el arte en un mundo que suele ser muy masculino. Yo estudié Composición en la Universidad Católica y nunca me enseñaron el trabajo de una compositora mujer, tampoco tuve una profesora mujer y, cuando terminé la carrera, era la única mujer del curso.

Ser mujer en este ambiente tiene un aspecto que asumo con gusto pero que tal vez sea hora de cambiar: eres la mamá de tu banda y tienes muchas responsabilidades: eres el roadie, la técnico, la que canta y la que cuida a sus pollitos para que no se escapen ni se pongan a pinchar cuando tenemos que hacer cosas.

Violeta Parra es mi santa patrona. No entiendo por qué en Chile dudamos de nuestra identidad en circunstancias de que es tan evidente de que está en Violeta Parra. En ella está todo: la queja, la crudeza, la simpleza, el análisis, la depresión y también la pasión y la creación.

Viajando por otros países descubrí la música étnica. A los 12 viví

en la India con mis papás y, a los 15, en México. Con mi grupo, Samadi, hemos investigado profundamente la música del mundo. De hecho, el año pasado estudié Música durante un año en la India con mi pareja, que también es integrante de la banda.

Arte + carácter. Más que pensar que hay grupos o cantantes subvalorados, creo que es el carácter la llave que abre puertas para desarrollarte como artista. Por ejemplo, Álvaro Peña, de Valparaíso. Fue el primer punk chileno y fundó The Clash con Joe Strummer en Inglaterra, pero tiene un carácter tan insoportable que se ha convertido en el muro de su propio trabajo, que es muy bueno. Lo admiro mucho.

Cada uno tiene un pasaje interno. Estés donde estés, la identidad no cambia. Por ejemplo, cuando estoy en una playa me dan ganas de hacer cumbias y, si llego a una montaña, me da ganas de tocar trotes andinos. Mientras estuve en la India con mi pareja hicimos un disco, Perfume o veneno, que acabamos de lanzar, y que se inscribe en el concepto World music y que fusiona influencias musicales de la India con mi acervo chileno. Usamos instrumentos como la tabla hindú, acordeón y percusiones orientales. Pero también llegué con un trabajo mío, propio, personal, Diablo rojo, diablo verde, de cuecas, trotes y tangos. Ése es mi corazón interno, el secreto que guardo para mí cuando estoy en la montaña, por decirlo de alguna manera, y que me lleva a hacer una oda a las cholitas.

Perfume o veneno se trata de cómo es vivir en el infierno y en el paraíso a la vez. Eso fue lo que viví en la ciudad de Varanasi, en la India: estaba toda la inspiración musical que buscaba pero a la vez me iba poniendo flaca de tanto enfermarme. Y como si mueres en Varanasi te liberas de toda la cadena de la reencarnación, todos los hindúes caminan hacia esa ciudad como último trayecto, antes de la muerte definitiva. Vi a mucha gente morir, vi perros comiendo cadáveres, vi niños flotando en el río. A eso le puse música y lo bauticé Perfume o veneno.

Soy estudiosa, me gusta saber, necesito descubrir la esencia de la

música. Cuando algo me emociona hasta el alma, como Violeta Parra, lo respeto, lo cuido y, sobre todo, lo estudio. Por eso fue muy duro para mí que mis papás no me mandaran al colegio cuando chica. Mis papás me enseñaron a leer mientras recorríamos Chile de arriba a abajo, pero no había día en el que no les pidiera que, por favor, me mandaran al colegio. Yo necesito estudiar.

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