La estatura afectiva de Patricia May

Entrevista,Patricia May

No solo es famosa por ser una destacada antropóloga y una mujer sabia, sino porque también ha vivido su acondroplasia, una condición que la hizo ser muy pequeñita como dice ella, con inteligencia, valentía y humor. Con ese tamaño se atrevió a ser mamá de tres hijos. Aquí, repasa ese camino y analiza la maternidad actual: "ser mamá hoy es contracorriente".




Paula 1249. Sábado 21 de abril de 2018. Especial Madres.

"Yo no sentía que mi mamá fuera especialmente aprensiva conmigo. Aunque creo que en su interior sí tenía eso dentro. Mis hermanos también tienen la misma condición que yo, que se llama pseudo acondroplasia. Eso viene por mi papá (el destacado ingeniero Sergio May). Mi mamá era de talla normal. Yo creo que los dos acertaron en no protegernos demasiado. Mi mamá era un poco así como 'arréglatelas', aunque creo que por dentro sí tenía, emocionalmente, un gran temor…".

Patricia May, con su metro y poco más, su cara dulce y la voz fuerte, va repasando su historia y la de su maternidad. Está sin poder caminar por unos meses tras una operación a la rodilla, y habla instalada en la terraza de su casa en Colina con un tazón de café entre sus manos. Su marido, Sergio Sagüez, quien trabaja con ella en la Escuela del Alma –donde hacen clases y meditaciones– recorre el jardín de la parcela donde ambos viven, junto a su hijo Benjamín, de 14 años, que no ha llegado del colegio. El mayor, Juan Francisco, tiene 33 años y es sicólogo y profesor universitario. Paloma, la segunda, de 30, es artista y fotógrafa y está estudiando en España.

Es una luminosa mañana de otoño y Patricia continúa recordando.

¿El temor de tu mamá era que te hicieran sufrir?

Claro, cosas que ocurrieron, por supuesto. Pero lo rico es que ella alcanzó a vivir y vio que salí adelante, que tuve hijos, que escribía; fue alumna mía toda la vida, meditaba conmigo en los grupos. Yo la valoro mucho. Éramos bien distintas, ella era una mujer práctica, yo era de buscar el sentido, interesada en la poesía, muy de la relación con el otro. Pero también ella era abierta de mente, liberal, encantadora, creativa y muy gozadora de la vida, y eso se lo reconozco como el mayor regalo que me hizo. Y mi abuelita, por el lado de mi papá (la escultora Marta Colvin), también. Las mujeres que estuvieron presente en mi infancia tenían esa cualidad, de disfrutar la vida en todo.

¿Tenías cierta aprensión de la maternidad, de heredar a un hijo la condición que tenías?

Sí. Lo que pasa es que yo siquiera concebía la posibilidad de ser madre.

¿Lo tenías cerrado?

Sí. Totalmente. Jamás pensé en mi adolescencia que iba a ser mamá. Veía muy difícil tener una pareja, empecemos por eso. En esas etapas conflictivas de autoestima yo decía: "¿Quién va a querer tener hijos conmigo?". Entonces, siempre pensé que era un mundo vedado para mí, aunque soy una mujer de sentimientos normales, con todas las cosas de una mujer normal. Sin embargo, tenía ese dolor evidente, ese dolor que puede tener cualquier persona en nuestra cultura que es diferente o que tiene una autoestima baja, que siente que nadie la va a amar.

¿Y cómo cambió eso?

Eso cambió cuando nos emparejamos con Sergio, aunque la verdad que yo de repente pensaba: "Capaz que, como soy de tamaño pequeño, no me pueda embarazar".

¿A qué edad conociste a Sergio?

A los 23, pero fuimos amigos primero. Nos conocimos en una escuela de meditación en yoga y filosofía, estábamos en un camino de meditación. Después los dos nos fuimos a vivir a una misma comunidad –en esos tiempos vivíamos en comunidad– varios años, y la amistad se transformó en amor. Nos casamos y ahí salió el tema de que me podía embarazar y que podía tener hijos.

Porque cuando se enamoraron lo hablaron, me imagino.

Claro, lo hablamos. Me acuerdo que fui al doctor y me dijo que sí, que me podía embarazar, que era totalmente normal todo mi sistema femenino. Y entonces surgió el tema –pero te juro que no nos duró más de un mes– de qué hacemos, porque claro que hay un porcentaje grande de posibilidades de que un hijo salga con esta condición. Ahora sabemos que un 50 por ciento. Pensamos en adoptar en un momento, los dos anhelábamos ser papás. Pero Sergio fue súper sólido: "¿Sabes qué? Yo quiero tener hijos contigo y no me importa cómo salgan. Vamos a quererlos igual". Y nada, me embaracé súper luego. ¡Altiro! (risas). Si nosotros pololeamos 6 meses y nos casamos. Fue un gran amor, muy profundo, que nos ha mantenido a través de las edades y las cosas de la vida juntos.

¿Cómo fue saber que estabas embarazada?

Sentí antes que me iba a embarazar, como esa intuición que de repente tenemos las mujeres. Y sentí, de hecho, cuando me embaracé de mis dos hijos, Juan Francisco y la Paloma. Estaba feliz. Por suerte vivíamos en esa época en comunidad y nuestro hijo nació ahí. Quedaba en una calle chiquitita cerca de Salvador con Rancagua, una casa súper rica, grande, con harta luz. Y nuestro entorno más cercano nos apoyaba mucho. Los temores estaban más en la familia, quizás en los primos, en algunas amigas. También estaba el temor de si mi cuerpo lo iba a soportar, además de cómo iba a salir la guagua. Pero estuvimos como en una cápsula nosotros dos durante todo el embarazo…

Protegidos.

Sí.

¿El temor más grande era cómo venía la guagua o cómo iba a resistir tu cuerpo?

Las dos cosas. Creo que mi mamá tenía mucha preocupación por mí, por cómo iba a ser el parto, por cómo iba a soportar todo eso, pero también había mucha cosa con "qué irresponsabilidad ser mamá si el hijo tiene una posibilidad muy alta de salir con…".

¿Y qué pensabas tú de esa recriminación? Porque igual es como una ofensa que te digan: "Va a salir como tú".

Exactamente. Pero nosotros dos estábamos tan felices, tan conectados con esto, tan conectados como pareja y también como con una cosa espiritual de traer un hijo al mundo, de esa alma que iba a venir. Yo estaba como en un espacio maravilloso, y cuando alguien se acercaba a mí y me decía: "Oye Paty, pero prepárate, puedes perder la guagua, cómo va a salir, etc.", yo bloqueaba eso. A las ecografías no iba con miedo, estaba en un espacio encantado de amor y seguridad, y de que fuera lo que fuera estaba bien. No me acuerdo de haber tenido angustia, quizás la tuve, pero no era el sentimiento primordial, era "qué maravilla recibir a un ser, qué bonito".

Cuando te dijeron que él venía sin la condición de tu familia, ¿te tranquilizaste igual?

Sí, me acuerdo de haber estado contenta. Y para qué decirte mi papá y mi mamá, estaban felices. Obvio, tuvieron una experiencia con los hijos que fue difícil…

¿Y tu cuerpo no estaba agotado con ese peso de una guagua en gestación en los últimos meses?

No, fue increíble. En ese primer embarazo adelgacé mucho mi grasa y subí 5 kilos. Me sentía perfecto. Hasta el último día antes de tenerlo andaba en la piscina dándome vueltas de carnero. Entré a la clínica caminando. Trabajé, todo fue fabuloso. Cuando me sacaron a mi hijo, que nació por cesárea, lo tuvieron que desenrollar porque era enorme. Juan Francisco, pesó 3,5 kilos. A la semana yo ya había bajado 7 kilos. Fue en 1985. Lo amamanté a él y después a Paloma por 7 meses, solo leche materna. Hoy Juan Francisco es más alto que su papá.

¿Cómo fue comenzar a criar?

Lo que más me costó fue criarlos. Fue una época difícil para mí porque empecé con problemas a las caderas –tengo prótesis ahora– y me dolía. Yo pesaba 38, 40 kilos y la guagua 8. Entonces, para tomarlos me los colgaba como un cordero, los pescaba así de la pata y caminaba con ellos. Además, las guaguas son inquietas. Por suerte Sergio es como es. Lo que sí, él trabajaba fuera de la casa todo el día.

¿Hiciste alguna acomodación ergonómica?

Sí, todo. El mudador bajo, la cuna baja. Y en ese tiempo en que uno, además, no tenía mucha plata, era complicado. Las nanas se me iban. Pero yo estaba ahí. Fui una mamá participante. Hacía mucho con mis hijos, hasta que eran grandes, como sentarme en las tardes en una alfombra en el suelo con ellos y jugar. Lo pasábamos tan bien. Ellos aprendieron a obedecerme a través de la voz, porque no podía perseguirlos. Entonces, yo les decía una sola palabra y me obedecían. Hay gente que me pregunta: "Pero, ¿cómo los mandabas tú?" (risas). Juan Francisco a los 3 años ya era de mi porte.

¿Y te preguntaba por qué eras chiquitita?

No, me preguntaba por qué él crecía; decía que él no quería crecer, quería ser como yo (risas). Y la Paloma también. Ella nació 2 años y medio después.

¿El tema físico te costó más con la Paloma?

¿Porque es mujer dices tú? Yo algo que hice con mis hijos fue no esconderme, que espero que haya sido acertado. Porque ellos sí vivieron el hecho de que los niños les decían cosas: "Mira como es tu mamá". Es que así como cuando yo era chica en el colegio me decían cosas que me herían –no me acuerdo si me habrán dicho enana o qué sé yo– a ellos les pasó lo mismo, pero con la mamá. Pero soy de que apechuguemos con la cuestión, o sea, esta es la verdad y esto es. Conversábamos…

¿Qué te decían?

Me decían que los niños se reían. Una vez salió una conversación muy fuerte, cuando Juan Francisco debe haber tenido 7 u 8 años y me contó lo que le decían. Lo conversamos y la Paloma estaba escuchando. Porque, claro, a los dos les pasó que los niños se burlaban, que les decían: "Ya te viene a buscar tu mamá chica" o qué sé yo… Yo les dije que era verdad, y si acaso sentían mucha vergüenza. Me acuerdo que a la Paloma le daba mucha pena, tenía mucho miedo que me hirieran. Y creo que deben haber tenido un poco de vergüenza también, seguramente, nunca me lo dijeron. Juan Francisco diría que era más rabioso con eso, me da la impresión.

¿Y qué consejos les dabas tú para esa rabia?

Que no era una buena idea ponerse a pelear con nadie, que yo despertaba curiosidad porque esos niños no conocían una cosa así. Lo importante es que ellos aprendieran a lidiar con lo que sentían al respecto, que, además, era algo que iba a estar presente toda la vida.

La llegada de Benjamín

¿Cómo fue la llegada de tu hijo Benjamín?

Yo era la madrina de Benjamín, y cuando él tenía 4 meses, en 2003, mi hermana –su mamá– tuvo un accidente en auto y murió. Fue horrible. Era la menor, la alegre, la que al fin había tenido hijos. Yo a Paula la sentía como hija, cuando éramos niñas la protegía. Y era inconcebible que muriera. Ese día nos trajimos a Benja, y fue nuestro hijo de ahí en adelante. Ahora es nuestro hijo legal. Él no se acuerda, no tiene conciencia de que haya tenido otros padres. Y yo lo siento mío. Le digo: "Benja, tú eres mío". Creo que ha sido muy sano para Benja criarse con nosotros como hijo completamente, con nuestra manera, nuestro estilo, lo bueno y lo malo nuestro, no con esa cosa difusa de que hay otro detrás.

¿Cómo fue volver a criar a los 47? Más cansada y con la tristeza.

Tuve que aprender todo. Con la pena de mi hermana, y con el hecho de que a los seis meses fallecieron mis papás en otro accidente. Nosotros éramos una familia así (junta las manos), y cayó una bomba atómica. Me acuerdo que aprendí a hacerle la fórmula de la mamadera a Benjamín antes de salir al funeral de mi hermana. Entonces, no sé cómo explicarte lo que fue esa maternidad porque por otro lado se había destruido todo nuestro mundo. Pero yo tenía mucha conciencia interior de que no quería que Benja tuviera un ambiente triste, quería que él viviera en una casa feliz. Pero estábamos todos destruidos. Además, al poco tiempo, supimos que él había heredado la acondroplasia. No lo sabíamos.

¿Tu hermana no alcanzó a saber?

No, yo me di cuenta cuando él tenía como 8 meses. Le hicimos los exámenes y efectivamente. Eran muchas cosas con las cuales lidiar al mismo tiempo; era tanto, que lo único que me sostenía era como un centro de claridad interna. Ahí el trabajo espiritual que había hecho, la meditación, me sirvió mucho, porque pude pararme con todo esto.

¿Y cuál era ese centro? ¿Qué pensabas?

Una claridad total de que este era nuestro hijo, desde el primer momento. El otro día pensaba: "Qué increíble, porque no fue un tema, nunca nos sentamos como familia a conversar, a decir: 'Lo vamos a adoptar'". Llegó, durmió en nuestra cama la primera noche, después le hicimos la cuna a nuestro lado, y simplemente fue nuestro hijo.

¿Nunca decaíste en esa fortaleza que les enseñas a los demás y en la que supuestamente habías creído siempre?

O sea, para mí fue un paso interior, una cosa profundamente espiritual: todo se destruye en la forma, pero algo muy esencial para mí fue conectarme con la vivencia de lo impermanente, de que todo se termina y cambia, de que nos vamos a morir, de que nos podemos morir en cualquier momento, y conectar con eso que no se muere. Yo no tengo una fe ingenua de que todas las cosas son maravillosas, de que todo va a ir bien o nos van a pasar puras cosas buenas, sino que he desarrollado un concepto al que después le he llamado "confianza radical". No es una confianza cándida sino la profunda confianza de que todo lo que se va desplegando en la vida tiene que ver con una posibilidad evolutiva para ti, que todo está bien en el fondo, aun cuando desde la mirada de uno, de su pequeño yo y desde su lógica, le parezca injusto, malo, doloroso. Todo eso que nos parece así, en la mirada del alma está bien para el gran camino de uno. Vivimos la vida el tiempo que vivimos, pero en realidad es un campo de experiencia y de aprendizaje del alma, nos iremos a otras dimensiones y volveremos a nacer. Y cada una de esas experiencias te va aportando claridad y luz.

¿Y tú pudiste sentir en ese momento de tanto dolor que estabas en esta confianza radical?

No creo que esto te alivie el dolor, el dolor estuvo. Por lo menos 4 años estuve en un duelo profundo. Pero al mismo tiempo –y era muy raro– podía tener una certeza y una claridad total. Y trabajé muchas cosas. Curiosamente, porque uno puede quedar súper miedosa después de que te pasa una cosa así, lo que me pasó es que perdí el miedo. Como resultado final, después de esos 4 años, como que yo digo: "Sí poh, todos nos podemos morir, cualquiera se te puede morir". ¿Por qué se murió mi hermana, la menor? ¿Y después mis papás? No lo sé. Solo confío que en alguna gran mirada esto tiene un sentido. Y creo que eso nos ha permitido salir adelante como una familia feliz y que se quiere mucho.

¿Cómo fue esa maternidad con Benjamín en comparación a los otros?

Con Benja se nos ha hecho más fácil. Siento que él ha sido muy afortunado. Con los mayores había muchas cosas que debería haber soltado, que eran tonteras, que eran aprensiones, de estimulación, qué sé yo. Con el Benja, cero. Si yo le digo: "Tú que tienes suerte", porque encuentro que nosotros somos papás maravillosos. Y él es encantador, de una inteligencia emocional maravillosa. Y yo no soy aprensiva, no tengo temores con él. Nunca nos hemos excedido en doctores, su vida es normal, le encantan los deportes, hace snowboard, juega fútbol y golf.

¿Sientes que a él le tocó otro mundo?

Es otro mundo. Y nosotros tenemos más estabilidad.

La otra maternidad

¿Cómo ves la maternidad del resto de las mujeres hoy?

Yo creo que el estilo de vida que tenemos es como anti-maternidad. Entiendo por maternidad no solo tener hijos, sino que es una actitud que en estos tiempos es muy poco posible, a no ser gente que realmente se sale del tren de vida que se lleva habitualmente. ¿Por qué lo digo? Porque la maternidad requiere un ritmo, una capacidad de estar en el momento, de escuchar lo que necesita ese ser humano, una cosa corporal de sentir al otro, de estar presente, de estar sin apuro, sin ansiedad. Y esa actitud hoy es muy difícil porque, además de la aceleración del mundo, está internet, está el Whatsapp, el Twitter y está esto (levanta el celular). Estás siempre invadida por un mundo exterior, que no te permite vivir sin ansiedad.

Tienes un ruido…

Constante. Entonces, ¿qué creo yo? Que cuando las personas pierden su capacidad de estar en el momento, de sentir al otro, se insegurizan y se llenan de reglas; de cómo hay que alimentar, de los horarios de dormir, de que hay que tener la guagua todo el día colgada en la pechuga. Las "supermom", llenas de reglas, lo encuentro horroroso. Pero eso tiene que ver, fundamentalmente, con falta de contacto interior. Si las reglas aparecen por eso. Porque si tú estuvieras ahí presente y conectada, no necesitas reglas, tú sabes que a la guagua le duele la guata. Pero eso se perdió, ahora todo es de manual…

¿El manual del deber ser?

La maternidad es una vocación. Me parece bueno que las mujeres hoy no se sientan obligadas a tener hijos, porque si no el daño que le pueden producir a ese ser es muy grande. Entonces, si es una vocación, tenemos que reeducar qué es esa vocación. Yo veo la maternidad muy ligada a una actitud de presencia plena, de contacto con el alma del otro. Requiere un trabajo personal que es casi contracorriente. Ser mamá hoy día es contracorriente. Ahora, ser la mamá neurótica, llena de esquemas, es la manera en que la gran mayoría está siendo mamá. Pero conozco algunas mujeres jóvenes, pocas, que por estar en una línea de otros valores y más de contacto interior, han podido ser madres desde otra parada, ser esa mamá que está tranquila, que está cuidando al hijo. Se salieron de un sistema excesivamente consumista, viven de manera sencilla, pero están ahí.

¿Y cómo lo hicieron ustedes al final?       

Lo hicimos bien porque les permitimos ser, y eso me da mucha alegría. No hay nada más difícil para una mamá que amar de verdad. Todas las mamás decimos que amamos a nuestros hijos, pero el amor con mayúscula, que es permitir que el otro desarrolle su línea, sea quien es, venga a ser quien vino a ser en este mundo, es súper difícil. El trabajo con las expectativas, con querer mostrarte a través de los hijos, es muy grande.

Con el ego, como dices tú siempre.

Con el ego. Es uno de los trabajos más importantes que uno hace en la vida, para poder permitir que a ese ser humano dé a luz lo que es, no lo que yo quiero, ni a lo que a mí me gustaría que los demás vieran de mí. Yo de eso me siento muy contenta de nosotros, porque son únicos los cabros, y son distintos a nosotros, y lo encuentro fantástico.

*Patricia May junto a Sergio Sagüez, realizarán el taller: Símbolos en la vida de Jesús, una mirada universal.

"El objetivo del taller es mostrar la visión simbólica de los grandes hitos en la vida de Jesús y que lo relacionan con otras tradiciones espirituales (India, América). Y así lograr comprender el mensaje práctico y de transformación que ellos aportan para el ser humano de hoy, junto con una experiencia en la meditación", cuenta Patricia. Los temas que se abordarán son: el nacimiento virginal, el bautismo, la purificación emocional, las tentaciones en el desierto y su relación con la mente.

Coordenadas:

¿Dónde? Corporación Cultural de Las Condes.

¿Cuándo? Cuatro jueves de mayo, partiendo el día 3, de 19:30 a 21:00 hrs.

Valor: $ 42.000. Con Tarjeta Vecino Las Condes, $ 36.000.

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