Por todo Chile buscando el sentido

El abogado Alejandro Fernández (31) decidió dejar el éxito profesional y una vida cómoda para subirse a una Kombi y recorrer el país, preguntando qué es lo que hace felices a los chilenos. Ya ha registrado más de 60 historias y lugares con los que está armando un documental. Y esto es lo que ha sacado en limpio en esta aventura, que está a días de terminar.




Paula 1189, Especial Felicidad. Sábado 19 de diciembre de 2015.

Escena 1

Es 2011 y el abogado Alejandro Fernández tiene 25 años, trabaja como jefe de gabinete con la entonces ministra del Sernam Carolina Schmidt, gana más de 3 millones de pesos, tiene un chofer a su disposición y vive en un espacioso departamento en Estoril. Tiene también una sensación de incomodidad que lo acecha y muchas veces se pregunta: "¿qué sentido tiene todo esto?".

Escena 11

Año 2012. Alejandro vive en una casa de madera sin agua caliente que comparte con dos amigos en la población La Bandera. Se traslada en micro y se demora más de una hora en llegar a su trabajo en el ministerio. En la tarde, cuando vuelve a su casa, se saca el terno, se pone un short y una polera y sale a jugar a la pelota con los vecinos; también come con ellos en un comedor común. Por primera vez tiene la sensación de pertenecer a una comunidad y comienza a preguntarse: "¿qué tipo de vida quiero llevar? ¿Dónde está la felicidad?".

"Mi felicidad es la conexión con la naturaleza. dejé todo por ella", le dijo Mauricio Melgarejo, un temucano que se instaló en Villa O'Higgins donde vive de manera autosustentable.

La road movie de Alejandro

El 13 de enero de 2015, cuando aún no sale el sol, Alejandro prende el motor de la Volkswagen Kombi del año 88 que había comprado dos años antes, acondicionada con un refrigerador y un sillón reclinable para poder dormir y que le mismo había pintado con los colores de la bandera chilena. La Kombi está cargada con lo indispensable para un largo viaje: dos carpas, comida y ropa para frío extremo y calor, cuatro cámaras GoPro, dos cámaras Sony, un dron, trípodes, micrófonos. A su lado, en el puesto del copiloto, su amigo José Manuel Soto, quien es camarógrafo, mira un mapa.

Alejandro la echa a andar con una sensación de emoción y libertad. Le ha tomado 3 años planificar este viaje que, en sus inicios, partió como un viaje personal que costearía con sus ahorros. Pero tras una nota en el diario La Segunda en que se decía que "el jefe de gabinete de la ministra Schmidt renunciaría al cargo para recorrer el país descubriendo qué cosas hacen felices a los chilenos", terminó tomando la forma de un viaje mayor: el viaje en que recorrería Chile, de punta a cabo, preguntándole a la gente qué los hace feliz. "Después de esa nota en el diario, empezaron a llamarme de varias empresas para financiarme el viaje: ahí pensé en que podía darle un poco más de amplitud al proyecto, convertirlo en algo que generara algún impacto y que sirviera de verdad", recuerda. Entonces sumó al proyecto a su amigo Nicolás Casanova, dueño de una productora audiovisual, y contactó a Paul Landon, creador y conductor del emblemático programa de televisión Tierra Adentro, para que lo ayudara a diseñar la ruta de la travesía. Así, mientras seguía trabajando en el ministerio, Fernández empezó a negociar auspicios. Con la plata que le dio el Instituto de la Felicidad de Coca Cola –bajo el compromiso de registrar material para realizar una serie de televisión de 10 capítulos y un documental para el cine–, compró las cámaras, el micrófono, el trípode.

Y ahí está: manejando por la Ruta 5 rumbo al sur más profundo, porque su primer destino es Puerto Williams, en la Región de Magallanes. La Kombi se sacude como una juguera después de alcanzar los 80 kilómetros por hora. El primer día de viaje llegan a Puerto Montt donde toman un ferry con destino a Punta Arenas. Luego navegan cuatro días por los canales patagónicos y celebran con gritos cuando ven la isla Navarino. El 22 de enero llegaron a Puerto Williams.

Para su sorpresa, los espera un montón de gente, incluido el gobernador, porque los habían visto en la televisión anunciando que comenzaba el viaje. Al bajar, Alejandro se da cuenta de que, en realidad, no sabe muy bien qué hacer.

"Los primeros días veía a cualquier persona y quería abordarla. No sabía cómo hacerlo. Querías grabarlo todo y empezó a perderse la magia. Y lo peor, empezamos a tener encontrones entre nosotros. Andaba a las carreras para cumplir con los horarios de los barcos y casi no dormíamos por tratar de abarcar cada rincón desde Puerto Williams hasta Torres del Paine, las primeras grandes paradas. No podía estar viviendo este viaje así: estar hablando de la felicidad y yo preocupado, corriendo, pasándolo mal", relata ahora, un año después de iniciado su road movie.

Pueblo chico...

En Villa O'Higgins, un pueblo de 600 habitantes que marca el fin de la Carretera Austral, conoció a Mauricio Melgarejo, un temucano que había llegado a ese rincón de la Patagonia mochileando y había quedado tan fascinado con el lugar que nunca más se fue. Mauricio tenía un ecocamping, donde se instalaron. "En torno a un mate, lo escuché decir lo feliz que estaba de no recibir una cuenta de luz: había conectado una batería a su bicicleta que al pedalear generaba electricidad. El agua que usaba provenía de las lluvias y de una vertiente, y el invernadero lo proveía de alimentos. Llevaba una vida autosustentable, en armonía con la naturaleza ", cuenta Alejandro.

Y cita lo que Mauricio Melgarejo le dijo de la felicidad: "Está ahí, en el diario vivir. Hay que ir por la felicidad y estar disponible para recibirla, porque si no, pasa por el lado y la pierdes. Para mí esto es la felicidad: la conexión con la naturaleza. Me atreví a dejarlo todo por ella".

En ese instante, Alejandro recordó porqué estaba haciendo ese viaje. Y pensó que era necesario hacer un alto para volver a conectarse con la búsqueda de la que le habló Melgarejo; ya llevaba 2 meses de recorrido. En eso estaba cuando, cerca de Bahía Murta, el acelerador dejó de responder y comenzó a salir humo desde el motor: se habían quedado en panne. "Fue el instante perfecto para parar", recuerda. El diagnóstico del único mecánico del lugar fue que el motor estaba fundido. En Coyhaique, la ciudad más cercana, tardarían dos semanas en arreglarlo, por lo que Alejandro le dijo a su compañero que se fuera a descansar a Santiago.

En esa parada sacó en limpio los primeros aprendizajes del viaje. "Decidí que los domingos había que descansar y hacer lo que uno quisiera. Que había que dejar fluir, porque las historias aparecían solas. Además, resolví que cambiaría a mi partner de viaje, porque el compañero de ruta tiene que tener tu mismo objetivo; de lo contrario, se producen roces".

Mientras arreglaban la Kombi, Alejandro ya se sentía un coyhaiquino más. Se había convertido en casero de un almacén, la gente lo saludaba y salía a tomarse unas piscolas con los nuevos amigos. "El que se apura en la Patagonia pierde el tiempo: es la pura y santa verdad", dice Alejandro. Ahí, según él, el secreto está en darse el tiempo de compartir. No por nada el cordero al palo y el mate son ritos tan preciados en la zona. "Ellos sí saben vivir: van a almorzar todos los días a su casa, duermen una siesta de 15 minutos y luego vuelven renovados a trabajar".

Alejandro asegura que los poblados de la Carretera Austral son especialmente felices. "En toda esa zona, sin excepción, hay vida de comunidad: esa forma de vida conectada con los demás, esa simpleza. La confianza entre las personas. Todo eso está vinculado a la felicidad. Confiar y contar con el otro, andar tranquilo por la calle, dejar la puerta de la casa abierta, la bicicleta en el suelo, el auto con las llaves puestas…".

Cuando la Kombi estuvo lista, Alejandro partió con dos nuevos camarógrafos.

"Los poblados de la Carretera Austral son especialmente felices porque hay vida de comunidad. Confiar y contar con el otro, andar tranquilo por la calle, dejar la puerta de la casa abierta, la bicicleta en el suelo. Todo eso está vinculado a la felicidad".

Superar los miedos

En Chiloé, en la comunidad de Yaldad, justo en la puerta del Parque Tantauco, conoció a Cristián Chiguay, un lonco muy querido de la zona, que lo invitó a dormir en su ruca. Una noche, junto a una fogata, Alejandro le preguntó:

–Y para ti, ¿dónde está la felicidad, Cristián?

–Está en no competir con nadie: eso te hace vivir tranquilo y en paz. Donde no hay competencia, hay felicidad. Yo soy único e irrepetible, no quiero compararme con nadie ni tener nada que tenga otro. La enfermedad del mundo es la competencia por el dinero, por el poder, por el éxito, por todo.

En Llifén, en el lago Ranco, conocieron a Margarita Leiva, dueña de la cocinería Küme-Yeal (buena cocina en mapudungún) que ella misma atiende.

"Eso me lo guarda, por favor", le dijo Margarita apenas lo vio entrar, apuntando al celular que traía en la mano Alejandro. "Voy a poner un letrero que diga: aquí no hay wi fi. Apague su teléfono y converse. Porque por culpa de los celulares de hoy, la gente ya no conversa, no se mira a los ojos. Nosotros, los mapuches conversamos mirándonos a la cara, por eso nos sentamos en semicírculo. La tecnología es un enemigo de la felicidad".

A medida que iban subiendo e instalándose en ciudades como Puerto Montt, Temuco, Concepción, Talca, Alejandro se fue dando cuenta de que la felicidad en las ciudades grandes es más difícil de alcanzar o al menos de encontrar, "porque al final nadie se conoce con nadie y todos desconfían de todos. Me di cuenta de que no tiene que ver con un tema cultural de nuestros país, sino que, de verdad, el modelo de las ciudades grandes, con millones de personas, no funciona aquí ni en ninguna parte. La gran virtud de vivir en un pueblo chico es la integración natural que se da. Los más pobres conviven con los más ricos: se encuentran en el colegio, en un partido de fútbol y en la calle se saludan. Eso genera cohesión y gente más contenta".

En el desierto tuvo su propia travesía. No solo habían menos árboles, también encontró menos historias inspiradoras. Alejandro les echa la culpa a la minería y a los grandes ingresos en la zona que ha llenado el desierto con gente que está de paso y, a la vez, ha instalado una cultura de consumo donde la opulencia está marcando el paisaje. "En el norte hay menos conexión sentimental con el lugar, porque las personas saben que tarde o temprano se irán de ahí", explica.

"Un denominador común entre quienes me marcaron en esta ruta fue el factor riesgo y superar los miedos: eso como sea te hace feliz", asegura Alejandro, quien optó por este viaje en vez de ejercer como abogado y seguir el camino tradicional.

En Arica conoció a Mario Palma, periodista de La Estrella de Arica, quien los entrevistó. Cuando se iban a despedir, les contó que tenía una banda de rock en Santiago y que eso era lo que realmente lo hacía feliz. "Llevo tiempo estancado aquí porque no me atrevía a dejar Arica y partir, pero al ver el coraje de ustedes y que hay que atreverse a ir en busca de lo que queremos, acabo de decidir que me voy. Aparecieron en el momento indicado", les dijo. Mario puso a la venta su departamento y compró un pasaje a Santiago. Para Alejandro fue un momento mágico: "Me sentí reflejado en Mario", dice.

De paso por Santiago, y a punto de terminar esta aventura que tendrá su último capítulo en Isla de Pascua, Alejandro observa que un denominador común entre quienes lo marcaron en la ruta fue el factor riesgo y superar los miedos. "Eso como sea, te hace feliz", asegura. Y agrega: "Yo también podría haber optado por quedarme en el lado seguro de la vida, quizás habría sido más fácil seguir el camino trazado. Ejercer de abogado, estar en un estudio jurídico ganando un buen sueldo. Probablemente esa vida hubiera sido más fácil, porque cuando te sales del camino de las certezas te estás cuestionando todo el tiempo. Ahora tengo mucho menos claro dónde voy a estar en diez años más".

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